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miércoles, 1 de noviembre de 2023

"Panchos, panchos". El vendedor lo frasea como si cantara un tango o susurrara una frase de amor. Es la hora del hambre y el mal humor. Constitución se vuelve el escenario de los codazos limpios y sucios, de los pasos rápidos, de los pasos lentos que irritan a los rápidos, de la envidia al que come un super pancho con intestino de acero, del olor a todo junto brotando del suelo húmedo. El techo alto no da sensación de aire, es el límite de una carpa de circo gris llena de payasos nostálgicos.
El tren se ancla en la dársena y la gente empieza a bajar como hormigas gigantes. Solo hay pies, uno sobre el otro, espaldas que chocan de costado y encojen el hombro ajeno. Lucía se abre paso entre el matorral de cuerpos y, rompiendo toda ley física, logra penetrar el tumulto y sentarse. Encuentra su oasis apoyando la cabeza contra la ventanilla, agarra fuerte su mochila y cierra los ojos un rato para descansar los recuerdos del día. Empieza a enumerar en su mente todas las cosas que tiene que hacer cuando llegue a su casa mientras afloja los pies dentro de las zapatillas. Al lado se sienta un chico que llama su atención. Tiene el pelo revuelto y las piernas largas, sobre ellas unos apuntes muy subrayados y de sus auriculares sale un murmullo que Lucía puede identificar fácilmente. A ella también le gusta Green Day. El la mira de reojo, o eso siente ella. Disimula que mira hacia atrás como buscando a alguien para comprobar lo que ya sospecha. Es lindo. Según su subjetivo punto de vista, todo lo desalineado en sus cabellos se convierte en un embrollo que traspasa su corazón casi adulto. Algo le recordó que su atracción por el desorden era algo que debía evitar a toda costa. Bajo ningún punto de vista iba a dejar que...
-¿Te gusta Green Day?, le preguntó para arrepentirse a los dos segundos mientras se preguntaba en qué momento su boca había decidido rebelarse contra su inteligencia emocional.
-¿Qué?, dijo su compañero de viaje mientras se sacaba un auricular para entender lo que decía la castaña de ojos traumados. 
- No, que se te cayó una hoja, de los apuntes, le dijo Lucía mientras la levantaba del piso y se la daba temblorosa.
-Ah, muchas gracias! Menos mal que te diste cuenta. Mañana tengo un parcial y estoy al horno. 
La sonrisa del chico sin nombre era más desbaratadora que empedrado del conurbano, y encima se la estaba tirando a ella sin remordimientos. Lucía pensó que era injusto que sus dientes alineados y blanco ala vinieran a amenazar sus argumentos en contra de las relaciones amorosas y espontáneas. 
Atinó a devolverle un gesto extraño, como asintiendo con la cabeza y sonriendo levemente. O algo así. Después giró rápido la cabeza para mirar por la ventanilla. Claramente todavía no estaba lista para ese tipo de conversación, la del tipo que después la iba a obligar a buscarlo por las redes sociales, para darse cuenta de que tenía novia o una madre muy perfeccionista y presente. Era mejor dejar todo en el plano imaginativo.
El tren se clavó en Temperley. Pelos locos no se bajó, así que se esperanzó pensando en que tal vez los dos eran de Adrogué. El misterio se estaba por relevar. Esperó un rato antes de pararse y acercarse a la puerta, no quería empujarlo o tener que pasar por encima de sus piernas kilométricas. Finalmente los dos se levantaron casi al mismo tiempo. El silencio incómodo (que no era silencio pero ustedes me entienden) llenó ese espacio de un metro cuadrado que compartía con su idílico amor de ferrovías. En esa burbuja ella imaginaba que él le hablaba antes de bajarse, le pedía su nombre, le agradecía nuevamente por lo del apunte. Pero nada de eso estaba sucediendo. Las puertas se abrieron y los dos bajaron y caminaron en la misma dirección. El viento estaba descontroladísimo, casi tanto como sus hormonas, así que se acomodó la bufanda y se tapó la cara hasta la nariz hasta parecer una piquetera del amor resignada.
-Soy Tomás, gracias por lo del apunte. Resumir no es mi fuerte como te habrás dado cuenta. Estudio comunicación social. Aunque sinceramente no se de que voy a vivir cuando me reciba, mientras tanto trabajo en la librería algunas tardes, la que está sobre Esteban Adrogué. 
Lucía se lo quedó mirando mientras la bufanda le amordazaba la impulsividad. No entendió qué había sido toda esa verborragia. A Tomás se ve que se le daba bien esto de las palabras no resumidas, pero quién no quiere un hombre que exprese todos sus miedos en una presentación casual.
-Me llamo Lucía, dijo mientras se bajaba la bufanda y el viento le peinaba el flequillo para el otro costado.
Qué bueno que tengas todo tan claro! No quiso ser irónica, pero a veces todo lo que decía sonaba irónico. 
Tomás se rió. Caminaron un rato más en silencio uno al lado del otro. Casi saliendo del andén le preguntó su apellido: - Así te busco en instagram, si no tenés problema.
-No, todo bien, Lucía Galeano...¿Vos cómo figuras en instagram?
-Yo te busco no te preocupes, y te escribo así sabes que soy yo.
Los dos se sonrieron, mientras sus pelos se enredaban por la ráfaga otoñal. 
-Ah, yo también estudio Comunicación Social, remató Lucía antes de la despedida.





Para mi hija

Te escondés detrás de la silla y tu risa se desata locamente cuando te encuentro. ¿Será que puedo guardar en un frasquito tu risa? ¿Será que siempre vas a venir corriendo a mis brazos cuando te tropieces? No lo sé. Pero hoy es hoy y estamos juntas, y te disfruto ver descubrir el mundo.

Me sonreís con una inocencia infinita, y yo quiero meterme en ese mundo perfecto que es el tuyo, del que sin querer soy parte, una invitada ocasional que de tanto en tanto abre la puerta de tu cielo lleno de colores, aventuras y fantasías, para después volver a la realidad y darme cuenta de cuan privilegiada soy de tenerte, para que me enseñes todo lo que olvidé, creciendo. 
Sentís que te doy la seguridad para aprender las reglas de este mundo y equivocarte con la licencia del abrazo inmediato, pero soy yo la que quiere vivir un ratito en el tuyo,  para esconderme en tu asombro constante y tu risa tan fácil.

Entonces con la facilidad de las fórmulas mágicas abriría ese frasquito, ese que es colorido de mil maneras posibles, y cuando me haga falta lo abriría para escuchar tu risa, envolviéndome como una cuerda inmensa atando todos mis miedos. 

Viaje

Quiero gritar 

como si me salieran cien bocas de adentro,

que la lluvia me riegue la garganta seca

y que me nazca una flor en el pecho.

Quiero gritar sin miedo

a que me escuche mi vecino interno

o que me juzgue mi alterego,

el espectáculo seria sin dudas un éxito,

un nacer de nuevo.

Quiero gritar por dentro

como si me crecieran alas de acero,

y brillaría en el cielo en un vuelo etéreo.

El caos es parte del centro

de la entropía del universo.

Y creo mundos 

y creo tiempo

y creo

y siento

y grito

y muero

vuelo en un viaje entre el la tierra y el cielo.

No fluyo en el aire, 

me materializo en esto

la gravedad me invade.

Será que siempre será así:

un ciclo de giros entre lo que tengo y lo que anhelo.

Será que es parte de la esencia, 

evaporarse por momentos

ser cenizas y recuerdos,

ser parte de lo efímero y de lo eterno.

Dejo mi estela grabada en tu pecho

y mis semillas cayendo en tu suelo,

dejo mi voz como espina 

y un camino lleno de manzanillas.

Dejo mi sonrisa volando en el aire

para que la atrape el viento y la lleve a cualquier parte.

y creo mundos

y creo tiempo

y grito y muero.

Estoy en un viaje eterno entre la tierra y el cielo.