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domingo, 25 de agosto de 2013

Filete porteño: más vivo que nunca


Algo así como la chica del barrio que adelgazó, se tuneó un poco y empezó a llamar la atención, es lo que pasó con el filete porteño. Dando sus primeros pasos a principios de siglo XX, no fue hasta 1975 que este arte tanguero empezó su recorrido hacia una nueva faceta. Ese año se sancionó una ley que prohibía su uso en las líneas de colectivos, y aunque todo parecía indicar su muerte inminente, no fue más que el trampolín para llegar más alto. Hoy los jóvenes redescubren este oficio, y marcas como Coca Cola, Puma y Mercedes Benz usan sus firuletes para publicitar sus productos, o sacar a la venta ediciones limitadas con un rasgo particular: una impronta porteña bien definida.

Basta con caminar por las calles de San Telmo o Caminito para ver que hay dos rasgos inseparables que visten la fachada de los locales y los cafés: el tango y el filete, los Batman y Robin de la cultura argentina que obsesionan a turistas gringos que pasean con sus verdes, y que son capaces de pagar una yerbera fileteada a un precio elevado con tal de llevarse un pedazo de ese aire a conventillo y callecita angosta de Buenos Aires. Pero esta técnica de cuna porteña no siempre tuvo un valor tan alto. Su origen como un arte decorativo para carros, camiones y colectivos lo posicionó frete al común de la gente como una herramienta para resaltar los carros del panadero o el lechero, o para enmarcar alguna frase pícara, de esas que abundan en las rutas: “Será nene, será varón, ¿quéres saberlo? ¡Subí al camión!”.


Alberto Pereira, maestro del oficio hace 58 años, explica que recién en 1968 esta práctica dejó de ser la cenicienta del arte, cuando Nicolás Rubió, pintor catalán radicado en Argentina, expuso sus obras por primera vez en la galería Wildenstein, sobre la calle Florida. “Antes se lo consideraba un arte menor, porque era el que se usaba en los carros y todo el mundo tenía acceso a poderlo ver. Lo consideraban berreta”, explica sin vueltas Pereira. Para este hombre de 71 años hablar del filete es hablar de su pasión, es recordar “cuando se terminaba de filetear un colectivo y el dueño hacía un asado para todo el taller”. Y cuenta que “los nuevos fileteadores no tuvieron la posibilidad de vivir lo que vivimos nosotros, la trastienda, lo que era la carrocería, donde llegabas y parecía que llegaba Gardel”. Pero lo cierto es que los tiempos son otros, ya no hay carros y los choferes no son los dueños de sus unidades, sino las empresas. En 1975 una ley nacional “descabellada”, como la define Pereira, prohibió el fileteado en los colectivos de la capital, y muchos maestros de esta técnica buscaron alternativas para que su arte no se extinguiera, ya fuera haciendo carteles, obras de caballete o fileteando objetos.


Según José Espinosa, quien aprendió del polaco León Untroib, considerado uno de los padres del filete junto con Carlos Carboni, este cambio de panorama viene también de la mano, literalmente, de jóvenes que toman el pincel y buscan su identidad en esta técnica: “Yo veo chicos muy jovencitos haciendo filete, que parecen hombres de 80 años, porque lo hacen con mucho respeto”, ejemplifica Espinosa, quien enseña en el Museo del Filete, en Defensa al 200 (San Telmo). Jóvenes y no tanto, aprenden el oficio “no solo para ganar dinero, sino por pasión”, dice el maestro que tiene su taller en Calzada, en el conurbano sur. Y tira un dato interesante: "Nunca se le había dado importancia, porque es una técnica de pintura netamente argentina". Es que a principios del siglo pasado, el `art nouveau`, que surgió en la misma época, era considerado superior porque provenía de Europa.

Pereira amplía esta idea y dice que "las flores, el Gardel, el caballo, la virgen del Luján, todo eso es creación de acá, de los primeros fileteadores que le fueron incorporando cosas nuestras. No estamos copiando cosas de otro lado", enfatiza, y distingue que "en otros países lo pintan como si fuera un muestrario de cosas, el filete acá en Argentina trató de llevar una armonía".

Costumbre argentina quizá, esto de darle importancia a lo propio cuando el ajeno lo revindica, lo cierto es que hoy tanto turistas como porteños reconocen en este arte la firma firuleteada de una identidad argentina.

Pero no es que el filete sea otro, que no tenga las mismas flores estilo kitsch, o los dragones “pumita”, o que no sea tan nuestro como lo es el dulce de leche o el lunfardo. Lo que cambió son
 los ojos que lo miran, la forma de admirarlo.

Alfredo Genovese haciendo "Bull painting"
En ese sentido, Alfredo Genovese, el primero en incursionar el filete sobre el cuerpo humano, explica que “el espectador se transforma hoy en un observador. Principalmente por el cambio de soporte, ya que hasta la década del `70 el fileteado iba adosado a los vehículos, haciendo su percepción mucho más fugaz debido al movimiento”. Genovese pintó su segunda serie limitada para Coca Cola en 2009, y realizó diseños para Nike en 2006, entre otras marcas conocidas. Además, llevó al límite de lo impensado esta práctica fileteando un toro vivo, el “Bull painting”. Este maestro de la vanguardia asegura que “al ser el fileteado más visible y observable, su mensaje iconográfico llega a diferentes tipos de públicos, convirtiéndolo en una herramienta comunicacional tan vasta en sus posibilidades como lo es en su uso”.

Obra de Alberto Pereira expuesta en su taller
Así, el filete porteño, con más de un siglo de vida y desafiando a las malas lenguas que querían darle el pésame, supo adaptarse. Se inmortaliza en el guiño de ojo de un Gardel rodeado de firuletes y símbolos patrios en un cartel publicitario, o en los objetos más variados que la gente lleva a los talleres para que los maestros les soplen su arte. Pereira explica que ahora está fileteando “los recuerdos de la gente”. A su taller le llevan desde regaderas hasta radios viejas, lámparas y muebles. Y afirma: “Hay muchos que dicen que el filete ya murió, yo digo que no murió, solamente cambió de escenario”.



Hacia una definición teórica de filete

Una vieja anécdota sitúa el origen del filete en la Buenos Aires de los inmigrantes y lo conventillos, cuando a dos aprendices de un taller de carros municipales, sobre Avenida Paseo Colón, se les ocurrió hacer el chanfle en el parante de un vehículo en rojo. Lejos de escandalizarse, el dueño del carro quedó fascinado, y más tarde los demás clientes pedirían lo mismo para darle color a sus aburridos carros grises.
Esos dos muchachos, seguramente, no imaginaron que esa travesura iba a ser el comienzo de un arte popular que iba a ir perfeccionándose y sumando emblemas nacionales como el tango, lo gauchezco y la Virgen del Luján, entre otros.


Recién a principios de los ’90 el antropólogo Pablo Cirio fue el primero en dar una definición teórica de este arte argentino como “una expresión pictórica que puede incluir una técnica, pero no necesariamente, y que el mensaje siempre es paralelo al mensaje institucional”. En este sentido, se privilegia la función del fileteado en tanto mensaje, que escapa lo oficial y la mera publicidad de un espacio institucional.

Hacia 1975 se dictó una ley que prohibía esta técnica en los colectivos, porque se consideraba que obstruía la correcta visión de la línea del transporte.  “Se prohibieron los mensajes no institucionales”, explica Cirio, y define al filete como algo más que una técnica pictórica: "Es un tipo de mensaje espontáneo, no reglado, generalmente basado en un artificio muy nuestro que es lo picaresco: mensajes a la suegra, mensajes de amor, un pedido a la virgen". El fileteado incluiría, entonces, todos los "mensajes que no pertenecen a la institución del rodado”.

A pesar de ser el primero y el único en haber elaborado una definición teórica del filete, Cirio reconoce que actualmente es necesario reformularla, ya que en los últimos años ha habido cambios sustanciales respecto de la función y el rol social del filete porteño.








martes, 13 de agosto de 2013

Cuando todo duerma, te robaré un color



Ana mira por la ventana, se pregunta cuándo van a llegar. Juega con su muñeca. La peina, la despeina, le acomoda la ropa. Observa los cuadros impresionistas que dibuja la velocidad. Como maquillaje corrido, los árboles, las calles, las casas, son una masa que toma forma cuando el tren para en una estación."Ma, ¿cuánto falta?". Silencio. Será la insistencia con la que pregunta, el calor, o que el tren va hasta las manos. No hay ganas de contestar. Demasiadas preocupaciones se pierden en la mente como para encontrar una respuesta a una pregunta tan simple. Será que ella tampoco sabe dónde está, cuánto falta.

Ana ahora juega con sus tarjetas. Un oso con ojos de animé le sonríe desde el cartón pintado. "Lo mejor que me pasó en la vida fue conocerte", dicen sus cartas. Las cuenta en el suelo, las apila. Al lado, cuenta las monedas, casi todas de diez centavos. Las de un peso le gustan porque son más grandes, porque tienen un sol.

Desde arriba, la nena sentada que hojea un libro para colorear la mira. Por un instante no son extrañas. En sus pupilas se arma un mundo en el que Ana tiene zapatos, y sus pies no lastiman. Son amigas y juegan a disfrazarse, a pintar, a esconderse y cantar piedra libre.

Llegan a Temperley, la sopapa gigante que maneja la hora pico hace que los pasajeros se contraigan, juegen al tetris con sus extremidades, respiren fuerte y cierren los ojos de indignación. El tumulto de gente la rodea. "Permiso, permiso". Ana se abre paso entre los bloques humanos y se hace más chiquita de lo que es para poder pasar. Reparte sus cartas a cada pasajero, les da la mano, pero no siempre se la reciben. A esa hora todos viajan en sus mundos y duermen para afuera, despiertan solo en su interior hasta que llegan a la terminal, y el sacudón final les dice que hay que reaccionar.

Diez centavos.

En el vagón se respira una copia barata de aire, mezclado con perfumes y ausencias de dentífrico. Los habitantes de ese planeta sobre rieles se obsesionan con sus celulares, como si el tiempo fuera a sentirse presionado por el horario a cumplir. Como si la plata no se escurriera bajo la mesa de la corrupción, y el Roca no fuera el Roca.

Todos están yendo, Ana está.

De repente el tren empieza a ir cada más lento para encajarse en la dársena de Constitución.

Las puertas se abren y los pies chiquitos de Ana bailan entre los zapatos, entre los pasos firmes y acelerados de los personajes de la urbe.

Su voz suave se pierde en el eco de los techos altos del edificio porteño: "Ma, ¿llegamos?"

domingo, 11 de agosto de 2013

Almirante Brown: Cómo se vivió la votación en el partido de Giustozzi

   En la plataforma del salón de actos "Juan Domingo Perón", del Consejo del Partido Justicialista de Almirante Brown, un plotter con una gigantografía de Giustozzi escolta la foto de Evita, dejándola en segundo plano. De fondo, la bandera argentina con la silueta de Perón, otro banner la tapa: "Sergio +a Darío = Gestión y Futuro".   
   Son las cuatro de la tarde y un grupo reducido de jóvenes trabaja doblando las boletas  en la comitiva militante que se reúne en Plaza Brown al 200, en Adrogué. Se vive un clima relajado porque confían en que "van a ganar", como afirma  Analía de 32 años, que integra hace seis años el partido del segundo de Sergio Massa, Darío Giustozzi. 

   Atentos a las llamadas de distintas escuelas que avisan irregularidades o faltantes en las boletas, se pasan datos: "Preguntale que pasó en la escuela 57", grita Sabrina, que desde 2005 cree en el proyecto del jefe comunal de Brown, y pre candidato a diputado nacional por el Frente Renovador (FR). La chica de unos 30 años habla de su líder con seguridad y una pseudo sonrisa que anticipa un aire a victoria. “Creo que (Giustozzi) es lo mejor que le pasó al municipio en 40 años”, dice sin dejar de agrupar boletas. Cuenta, además, que la semana previa a las elecciones fue de mucho trabajo y que los que están militando lo hacen por convicción: "por plata no se quedaría ningún chico de 19 años un sábado a la noche doblando boletas, se iría a bailar".

   La cuestión de la identidad política, sin embargo, parece dejar ciertas sombras de duda dentro del  PJ en Brown, tanto para Giustozzi que hoy al mediodía se olvidó el DNI "arriba de la cama", como para  Marcelo, que trabaja en la gestión del intendente del conurbano sur. El hombre de unos  40 años, explica mientras ceba mate que cuando Giustozzi dio el giro político y marcó una separación con la presidenta Cristina Kirchner, su visión de la militancia no cambió: "Yo puedo trabajar para Cristina o para vos, y es lo mismo, porque yo vengo a trabajar", dice mientras de fondo suena fuerte la canción "International Love", del cantante argentino Fidel Nadal.

   Horas antes, a las 12.15, llegaba a la Escuela Secundaria Nº 1 de José Mármol el  compañero de Massa, acompañado por su séquito de colaboradores. “Ahora no va a responder preguntas”, advirtió a los medios su secretario de prensa, Juan Castelnau.
   El dirigente nacido en Saladillo, siguió la rutina esperada: saludó a la gente, sonrió y posó para las fotos. Pero todo el protocolo se desvaneció cuando, frente a la mesa de votación, tocó sus bolsillos y advirtió que no había llevado el DNI. “Uy, ¡me olvidé el documento!”, soltó. Y  en un intento de sortear la situación, aclaró que como estaba hablando por teléfono con su hija Martina, que “estaba tan emocionada porque votaba por primera vez”, olvidó el DNI sobre la cama mientras la convencía de que lo acompañara a votar.


   “Encima es el documento histórico, el que tengo desde los 16 años”, se lamentó el jefe comunal.  
Mientras un colaborador buscaba el objeto olvidado, Giustozzi se dedicó a contestar las preguntas de los medios, frente a las miradas serias de las autoridades de la mesa  105, que estaba completamente vacía. En ese momento, un vecino que salía de votar dijo en voz alta: “Traidores, dejen de filmar. Vayan a filmar a los barrios”. 
   Cuando las cámaras se apagaron, Giustozzi le dijo a uno de sus acompañantes: “Llamalo a Juan, que tengo el DNI tarjeta”. Finalmente, ingresó al cuarto oscuro e introdujo el sobre en la urna.

   A pesar del papelón vivido momentos antes, el par de Massa se animó a dar directivas cívicas, y aconsejó a la gente  “que vote temprano”. “Este es el primer paso rumbo a la elección general de octubre, y no vale la pena dejar las cosas para último momento”, aseguró. Después, como quien levanta una polvareda en la ruta, se retiró de la escuela y se fueron las cámaras. Los vecinos de Mármol, siguieron en su fila esperando su turno para votar.


ph: Verónica Del Vecchio