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viernes, 30 de noviembre de 2012

Enrique Piñeyro: “"Hay dos formas de hacer plata sin trabajar, siendo piloto o actor"



El director y actor de 56 años habla pausado, piensa antes de contestar, da ejemplos con las manos. En una habitación pintada de rojo oscuro, con un escritorio, cuadros coloridos y un sillón estilo diván, se sienta con las piernas cruzadas. “¿Le diste el menú?”, le pregunta a su asistente. Es que en su productora, Aquafilms, ubicada sobre la calle Cabello en Palermo, el hombre de la mirada entrecerrada explica que una de las “especialidades de la casa” es ofrecer un menú a sus visitantes: moderno, con una oferta que va desde gaseosas hasta sándwiches.

— Hasta 1999 eras piloto en LAPA ¿Cómo es que entra el cine en escena?
El cine es una actividad sucedánea de momento que no puedo volar, entonces me embarqué en esa. Y sí, es una herramienta narrativa importante, que en ese aspecto me apasiona contar otra cosa, y creo que la herramienta es esa. Hay gente que se apasiona por la herramienta y hay gente que se apasiona por el fin, hay gente que le gusta viajar, y hay gente que le gusta volar aviones en los cuales viaja otra gente.  A mí me gustaba la herramienta del vuelo, para otra gente es simplemente un medio para ir de un lado a otro, para mí eso era el fin. Cuando dejé mi trabajo como piloto de LAPA mi ingreso al cine fue casi sincrónico, de hecho Garage Olimpo, una película en la que actué, se pre-estrenó un lunes, y el avión se cayó al día siguiente. Siempre me había gustado actuar, eso sí me apasionaba más y después empezó a transformarse en una herramienta narrativa con una potencia bastante particular, que creo que por ahora ningún otro medio tiene.

— ¿En qué área te sentís más satisfecho? ¿Dirigiendo o actuando?
Siempre dije que hay dos formas de ganar plata sin trabajar, una es ser piloto y la otra es ser actor. Porque hacés lo que hacías cuando eras chico, solo que ahora te pagan. Hay gente que trabaja de verdad: a las nueve de la mañana va al banco y vuelve a las seis de la tarde a su casa. Así que por ese lado es más divertido. Además, es lo que estudié, nunca estudié cine. Pero también es cierto que es un trabajo en el que manejo tiempos distintos. Como director, tomo decisiones que van a influir directamente en el desenlace de los hechos, y me refiero a las consecuencias que las películas tengan sobre la realidad, como por ejemplo que Fernando Carrera esté afuera, o que a la Fuerza Aérea le saquen el control de la aviación civil. Cuando filmo un documental me planteo el efecto que eso puede tener sobre la realidad. La ficción, en cambio, apunta más a la concientización o a la reflexión. Un documental tiene mucho más peso específico.

En 2010 Piñeyro dirigió el “Rati Horror Show”, un documental que expuso en la escena pública los abusos por parte de las fuerzas policiales, particularmente con la causa de Fernando Carrera. Si bien afirma que el film fue un “single shot”, una experiencia que no repetiría, las repercusiones que la película trajo para la escena política y social sentó precedentes para futuras investigaciones sobre el armado de causas.

 — Con respecto a ese efecto del cine, ¿cómo ves el rol en la denuncia social en la pantalla grande?
— Hasta ahora la venimos embocando. Impacta. Evidentemente impacta, porque sea con Fuerza Aérea o con el Rati, las consecuencias políticas, sociales y judiciales fueron reales. Porque en realidad Fuerza Área iba a ser los extras de Whisky Romeo Zulú. Me iba a poner una cámara adelante e iba a explicar porqué se cayeron esos dos aviones. Al final, dije “no seamos tan bestias ni tan aburridos, pongamos una animación, un poco de archivo, una camarita oculta”. Pero cuando terminamos todo eso dijimos, “pero estos no son los extras, esto es una película”. En un principio, evaluamos llevarla a la tele, pero nos dimos cuenta lo evanescente que era. Lo mostrás el lunes y el miércoles todo el mundo se olvidó. Entonces, la llevamos al cine y si bien la vio la décima parte de la gente, el peso específico es tremendo, por lo que acontece socialmente, policialmente y judicialmente. Y además, la vida que tiene una peli: sale de las salas, se va a la tele, de la tele se va al dvd, da vuelta, después alguien la piratea en Youtube. En realidad, la subimos nosotros a Internet para que por lo menos tuviera buena calidad.

— ¿Qué significó “El Rati” a nivel profesional y personal?
— En lo personal fue una satisfacción muy grande, una sensación muy rara que no me había pasado nunca. Sobretodo porque fue medio mágica, todo el mundo estaba contento, como con la nevada, no había nadie en desacuerdo con la nevada. Y acá sentía algo muy parecido. Es una sensación diferente porque además, todas las otras películas eran denunciando algo, acá también, pero básicamente era a favor de sacar un inocente de la cárcel.

— ¿Y por qué el caso Carrera y no otro?
—Cruce fortuito de caminos. Básicamente, mi hijo me mostró en Youtube un programa de Nelson Castro en el que se contaba el caso Carrera, y pensé que era otro caso más. Hasta que llama la jueza, y cuando la escuché hablar dije “mamita, ¿esta mina con esta forma de hablar y de pensar va a conceptualizar hechos que no presenció, y de esa abstracción convertirlos en una sentencia judicial?” Y ahí me asusté, me quedé muy impactado con la jueza. Después aparecieron acá dos periodistas, Pablo Galifero y Pedro Tesoriero, que me propusieron un proyecto muy documental tradicional, que no me gusta mucho porque siento que son programas de radio filmados. Y ahí empecé a mirar en profundidad la causa, y me di cuenta que era un delirio.

— Cuando denunciaste lo de LAPA dijiste que te sorprendió que no te hicieran ninguna denuncia desde el gobierno, ¿creés que hoy sería distinto?
— Bueno, fue distinto. Tengo once causas penales. Las gané todas, pero no todas fueron calumnias e injurias: había lavado de dinero, sembrar el pánico en la población, poner en peligro terceros superficiales, y con penas de 20 a 30 años de prisión. Eso fue a partir de discutir por los radares con la Ministra de Seguridad Nilda Garré. Ahí empezó.

— ¿Pensaste en hacer otro documental de otra causa?
— No, esto fue un “single shot”. Es un cartucho que se puede tirar una sola vez, después ya no va a traer impacto. La cuota de investigación y trabajo es, en verdad, la cuota que debería haber suplido el Estado con sus recursos. Ahora haría una comedia, pero voy a hacer un cómic.  Una película épica, pero inspirada en un cómic.

El director del “Rati” es polifacético. Ingresó como piloto de LAPA en 1988, y participó en la investigación del accidente del Vuelo Austral 2553 que se estrelló en Fray Bentos, Uruguay, en 1997. Habiendo denunciado previamente las malas condiciones de las aeronaves y de operación, renunció en 1999 a la empresa. Ese año, el 31 de agosto, se había estrellado el vuelo 3142 de esa misma aerolínea en Aeroparque. En el accidente fallecieron 65 personas, hecho que el director relató y protagonizó en el film Whisky Romeo Zulú (WRZ) en el año 2004. Fuerza Aérea Sociedad Anónima fue el corolario de WRZ, demostrando las irregularidades en el sistema de aviación civil. Además de su rol de director, y de que confiesa no ser un espectador frecuente de cine, participó en varias películas como actor, la última en este año fue  “Dormir al sol”,  del director argentino Alejandro Chomsky.
La experiencia del “Rati” lo llevó a seguir profundizando en el tema de las causas armadas, pero desde otro lugar. Desde octubre de este año se conoció que será el director  de la filial argentina de “The Innocence Project”, una ONG estadounidense destinada a liberar presos por pruebas implantadas.

— ¿Cómo surge participar en “The Innocence Project”?
— El teléfono me empezó a reventar después de la película, me llamaban para contarme que estaban en la misma situación que Carrera. Y yo la verdad no puedo hacer una película por cada uno, pero mientras hacíamos “El Rati” habíamos caído en la cuenta de que existía el Innocence Project. Y entonces, cuando se aquietó un poco la cosa, fuimos para allá y nos contactamos, y empezamos a hacer todo el trabajo de armado para empezar.

— ¿Cuál es el objetivo de empezar acá con el proyecto?
— Los preceptos son liberar al inocente, trabajar con los estudiantes, más específicamente con la formación, para que el día de mañana haya mejores jueces fiscales y abogados. Otra de las acciones es promover legislación tal como reservar la evidencia, revisar evidencia y que la policía se identifique y no se presente de civil.

— Con respecto al proyecto del polo audiovisual impulsado por la presidenta Cristina Kirchner, ¿creés que va a mejorar algo?
— Primero que ya hay polo audiovisual, por lo cual sería una redundancia, “yo también quiero mi polo”. Segundo, el polo es agarrar un lápiz, un mapa, trazar un área y decir “si venís y ponés tu productora acá no vas a pagar ingresos brutos”. O sea que el que tiene una productora, tiene que mudarse, y empata lo que no paga de ingresos. No es que hay todos edificios de productoras y se los dan, no es “Cinecittá”. Y además tienen que rajar a toda la gente que está laburando ahí. Ni siquiera miraron que había, y agarraron el lápiz, dibujaron arriba del mapa y mandaron el polo audiovisual. Nunca entendí qué fue eso de la “reencarnación del gran arquitecto egipcio”, el título que ella misma se adjudicó durante el anuncio del proyecto, no lo entendí. Hay un delirio faraónico explícito ahí.

— ¿Y el tema de las cámaras?
—Las cámaras, que fue la famosa discusión, todavía están en veremos. O sea que alguna trabita había. No es como dijo la presidenta de que me llamaron y me solucionaron el problema. Esto es como el tren bala. Es un delirio, hay gente laburando ahí, y se anoticiaron de esa gente una semana después. Uno ve que hacen tantos anuncios y dice: “¿cuándo laburamos si paseamos tanto?”

— Dijiste que tu verdadera pasión es la aviación, ¿por qué la dejaste de lado?
— No la dejé, me dejó ella a mí. Después del todo despelote de LAPA, nadie más me quiso contratar. No te digo que no los entiendo en un punto. Yo no sé si me contrataría. Pero la verdad es que si a mi no me hacen volar vencido, y no me hacen volar “no go”, con ítems de mantenimiento que no están en condiciones, yo soy una nena. No tengo problemas con nada, ni con nadie.

— ¿Tuviste la oportunidad de pilotear otra vez?
— No. En la película volamos bastante, pero afuera de acá. Para el record.

— ¿Hoy en día que es lo que ocupa tu tiempo?
Básicamente cocinar, poner en orden mi colección de vinos, el fútbol y un poquito de todas esas otras cosas: películas, Innocence Project y proyectos a futuro que todavía no sé bien. Por ahí abro un restaurante.



miércoles, 21 de noviembre de 2012

Mimos en el subte



Entró por la puerta del vagón en la estación Ángel Gallardo. La cara pintada de blanco, un corazón rojo dibujado en el cachete izquierdo y un delineado de ojos importante. Mediodía caluroso. El hombre de remera de cebra y pantalones negros comenzó su show: consistía en mostrar carteles, derruidos por el paso del tiempo, doblados y gastados, como los billetes de dos pesos cuando parece que se están por deshacer. Uno de los carteles decía sonríe. El mimo esperaba la aprobación visual de los pasajeros y pasaba al siguiente cartel, hoy puede ser un gran día. Algunos lo miraban con desconfianza, como si pensaran: haga lo que haga no me voy a reír. Mostró la siguiente inscripción: sonreír hermosea el rostro.
A decir verdad, no hacía ningún tipo de demostración surreal de pantomima, pero que estuviera soportando el enduido en la cara con el fuego que se respiraba, merecía un crédito extra. El siguiente cartel decía: Sí al amor.
Un borracho no paraba de reír mientras el mimo actuaba. Aprisionada en el vagón de la línea B el artista subterráneo me metió por los ojos frases de amor y paz, y aunque el hambre nos devoraba a más de uno en el mediodía porteño, no puedo negar que me puso de buen humor. Llegamos a la estación Carlos Pellegrini.  Lo vi bajar con su maletín negro lleno de esos carteles. Subió unos escalones más arriba que yo en la escalera mecánica y agarró el camino para tomar el subte a Constitución. El personaje caminaba como si fuera uno más, pero no lo era. Todo podía estar en blanco y negro que no me iba a sorprender. Me lo imaginé fumando en una esquina, leyendo un diario de 1920, al lado de un niño llamado Aurelio con tiradores y el tiro del short por el cuello.
Me quedé pensando en qué era lo que ganaba haciendo eso. ¿Por qué querría decir mensajes positivos a una comunidad de pasajeros que lo iba a olvidar rápidamente?  Por el estado de los carteles y porque era un hombre de mediana edad, se notaba que hacia bastante tiempo se dedicaba al mismo espectáculo. Me quedé pensando en las leyendas escritas en esos papeles viejos, y en si yo era la única que recordaba con tanta precisión lo que decían. De repente ya nadie tenía la cara pintada de blanco. La lombriz metálica serpenteaba por los túneles bajo tierra. No había luz.




lunes, 19 de noviembre de 2012

Reflejos de una antigua Berlín



La capital alemana fue ícono del período de la Guerra Fría, era la prueba más tangible de esa fuerte división ideológica entre los bloques occidental-capitalista, liderado por Estados Unidos, y el oriental-comunista, liderado por la Unión Soviética, desde 1945 (el fin de la Segunda Guerra Mundial) hasta el final de la URSS (con la caída del muro en 1989 y el golpe de Estado en 1991). Fue una disputa en todos los campos que nunca tuvo acciones directas. Se limitó a actuar desde ejes de influencia en el contexto internacional y cooperación económica y militar por parte de los aliados de cada bando. Hay algunas diferencias respecto de cuándo comenzó realmente esta guerra ideológica, algunos lo atribuyen a 1917, momento de la revolución bolchevique que veía en el capitalismo la raíz de todos los males. Sin embargo, durante el transcurso de la segunda guerra mundial, las sospechas de que los Estados Unidos planeaban un plan para que Rusia firmara un tratado de paz en su beneficio, minaron las relaciones de los aliados.
En este contexto Berlín vivió un bloqueo de un año, que comenzó en 1948 por parte del Ejército Rojo y tenía como objetivo la rendición de la parte occidental de Berlín. Los aliados para demostrar su fuerza llevaron a cabo el famoso “puente aéreo”, en el que con 900 vuelos por día abastecían con más de nueve mil toneladas por día a los casi dos millones de habitantes de la Berlín occidental. Este golpe se valió de propagandas estadounidenses para demostrar que el bloqueo de la URSS era inútil, y llevó a la impopularidad de la Unión Soviética entre la población de Berlín Occidental, y el posterior levantamiento del bloqueo en 1949.
Yendo un poco más atrás, Alemania, después de 1945 tuvo que adoptar una postura más humilde, distinta al de ese gran imperio que se expandió por toda Europa. La nueva fachada del congreso alemán en Berlín, con vidrios transparentes da cuenta de eso: ahora se sabe lo que pasa adentro. La capital germana hoy es una ciudad cosmopolita, en la que se funden lo viejo y lo nuevo. Aunque, para encontrar ese pasado, uno debe mirar profundamente más allá de las grandes cadenas de hoteles y restaurantes, la  impresionante terminal de trenes y el merchandising, que va desde pins de osos berlineses hasta pasaportes falsos.
La Alemania soviética, si se puede decir así, se encuentra en la zona de los grafitis en las paredes. Casi anecdótico, se extiende un breve tramo del muro de Berlín, en la “East Side Gallery” sobre la Mühlenstraße, en la ribera del río Spree. Diferentes artistas de distintas nacionalidades expresaron ahí lo que significó la separación de occidente con oriente. Se lee una leyenda: Du hast gelernt was freiheit heisst und das vergiss nie mehr. Aprendiste lo que significa la libertad y el nunca olvidar. Solo queda una galería artística como huella de ese muro que recorría 45 kilómetros, y  que supo alejar al fascismo occidental del comunismo oriental.
Resulta emblema y contradicción recorrer Berlín. Las calles no hablan de esa guerra, ni de la fría ni de la caliente, salvo por los museos judíos, o la topografía del terror donde se relata en paneles ploteados lo que fue “la solución” de Hitler.
Se respira silencio, el mismo que se siente ante el monumento al holocausto, situado en la misma manzana de la Puerta de Brandenburgo y al costado de donde alguna vez estuvo el "Reichspraesidentenpalais", residencia de los presidentes de la era de Weimar. Los bloques de hormigón empiezan bajos y separados, a medida que uno empieza a caminar los bloques se hacen más altos, más angostos,  el espacio se achica y  el sol ya no se filtra por las paredes. Uno se siente acorralado.
El chek point Charlie muestra la gran elocuencia simbólica que siempre poseyó Estados Unidos para instalar su forma casi siempre parecida: grandes carteles y una experiencia consumista. De esa antigua Berlín solo queda el cartel que dice en inglés: “You are leaving the American Sector” firmado por la “US Army”. El check point Charlie, “Charlie” por la tercera letra del alfabeto fonético de la OTAN, fue el punto de paso más conocido de los utilizados durante la Guerra Fría. Y era en ese punto, ubicado en la avenida Friederichstrasse, donde se podía conseguir el visado diurno para cruzar a Berlín Este desde ­Berlín Oeste. El panorama hoy desde ese lugar es una mini instalación del capitalismo: un Starbucks, las marcas más importantes de ropa, un Mc´Donalds, varios locales de souvenirs. El mismo spich visual del que se vale el consumismo para decir: acá estoy, y descontextualizar cualquier ciudad, incluso Berlín. ­­­