Páginas

lunes, 25 de marzo de 2013

¿Mentes tomadas?


Los medios de comunicación fueron objeto, desde su comienzos, de diversas críticas en torno a su capacidad de manipular a sus destinatarios. Se cuestionaba si en verdad ese carácter virósico de propagar información incidía directamente en la opinión pública, o si, por el contrario, ampliaba el espectro hacia una sociedad más democrática. En el contexto de una sociedad globalizada el panorama se vuelve un tanto más difuso, el avance tecnológico que se vivió desde fines de los `90 dio paso a una interconexión entre publicidad, información y cultura de masas regida por la lógica del mercado: "la comunicación se caracteriza por ser veloz, abundante y por ser una mercancía", explicaba en 1999 Ignacio Ramonet, director del diario francés El Lemonde Diplomatique. Desde esta premisa, no sorprende que los dueños de los medios no pertenezcan al rubro periodístico, sino que sean empresarios con acciones en otros negocios. 
En nuestro país, por nombrar algunos ejemplos, Cristóbal López del grupo Manzano tiene negocios en el juego, Daniel Vilas es abogado de profesión y Héctor Magnetto, director del grupo Clarín, es contador público.
Las cosas así, se complica pensar en un panorama de democratización de medios, y si bien la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual vino a suplir en parte esa necesidad de un avance hacia la desconcentración de actores en los mass media, hoy quedan ciertas sombras de duda en cuánto a la aplicación de la ley 26. 522 aprobada en el año 2009. Quizás, el artículo 161, (que obligaba a adecuarse a estos grandes grupos y reducir la cantidad de licencias a 24), haya sido el más difundido, sobretodo porque sacó a la escena del debate público la disputa entre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el grupo Clarín. Pero esto no debería ser el único aspecto sobre la puesta en marcha de la ley. El caso del Canal Mapuche de Bariloche, que desde el “7D” sigue a la espera de inversiones para comenzar, nos muestra una realidad un poco distinta.

¿Es cierto que los medios alternativos encuentran su voz en este nuevo panorama? Esta pregunta deberia ser una invitación a reflexionar desde diferentes puntos de vista, sin partidismos políticos. Porque si no somos capaces de pararnos en la vereda ajena, podemos caer en conformarnos con lo que nos muestran, y creer que entendemos lo que pasa sólo porque lo podemos ver, pero como explica Ramonet, “la dificultad es que ver no es comprender". Hay un recorte de la mirada, hay intereses en juego. Será que resulta fácil acostumbrarse al avance lento sobre la realidad, a creer que "se puede vivir sin pensar", como expresaba uno de los protagonistas de Casa Tomada, el cuento de Julio Cortázar. En el relato ficticio, Irene y su hermano se ven obligados a replegarse en su propia casa por la invasión de gente extraña. Finalmente, deben abandonar su hogar sin ofrecer resistencia y tiran la llave de la puerta por una alcantarilla. Me pregunto, ¿qué barreras colocamos ante lo que se nos presenta como un hecho dado?

Los espectadores deberíamos recordar que tenemos en nuestras manos la llave, que seguimos siendo los dueños de lo que queremos ver, pero recordando que existe una estrategia detrás, en la que se busca aumentar el número de consumidores. Sin embargo, no todo está perdido. Es cierto que hay grandes grupos económicos, pero como ciudadanos tenemos la opción de exigir que se cumplan leyes aprobadas por nuestros gobernantes, de no acostumbrarnos a ser solo receptores, y a no dejarnos enceguecer por actos políticos. No deberíamos replegarnos, ni ceder lo que conseguimos.

viernes, 1 de marzo de 2013

Amor por correspondencia

¿Quién no se ha sentido conmovido por una carta? Muchas veces, por escrito, expresamos mejor lo que nos cuesta decir, tal vez porque la mano se toma su tiempo y los silencios de la oralidad no incomodan tanto. Cuando escribimos entramos en un mundo distinto, donde el otro se encuentra sentado, parado, durmiendo. Donde el otro está como lo imaginamos en nuestra mente, o como lo recordamos en ese momento. El papel se vuelve un confidente; la lapicera, una extensión de la mano y del corazón. Ese instante es una búsqueda de las mejores palabras, las frases más elocuentes, y es también, una búsqueda de la sensibilidad del otro.


Las cartas de amor se han escrito a lo largo de toda la historia, o mejor dicho, de la historia alfabetizada. Las mujeres encontraban en ellas la única forma de escritura a la que tenían acceso, pues no se les permitía incurrir en textos literarios de mayor nivel. En tiempos de guerras las cartas no solo provenían del ser amado, eran en sí mismas, el ser amado, el testimonio de que esa persona seguía con vida. En el peor de los casos, el cese de ese envío implicaba la muerte. Sin embargo no solo la muerte física produce el fin del envío de cartas, puede suceder que el amor sea el que muera y en este sentido no encuentre razón para ser testimoniado. Una especie de amor no correspondido por correspondencia.
El discurso amoroso encuentra en la forma epistolar un vuelo poético que no se pierde con el tiempo, pasan los años y aún con las nuevas tecnologías, al escribir una carta uno se siente más libre. ¿Más íntimo? Uno siente que se está desnudando frente al otro. La letra desviste lo que muchas veces usamos para despistar al otro cuando está frente a nosotros. Una letra discontinua puede expresar nuestro nerviosismo, o simplemente nuestra desprolijidad. Sea cual sea el caso, para la mayoría recibir una carta implica recibir al otro. Aceptar una carta, tomarnos el tiempo de leerla, buscar el significado detrás de una frase, “lo que habrá querido decir”, es iniciar un juego comunicacional basado en el envío y la recepción de un papel en el cual se transportan la otra persona, y también, lo que esa persona siente.



El poder de las palabras escritas

La carta se constituye en regalo cuando dice halagos y expresa bellos sentimientos; se constituye en ofensa cuando recrimina o pone fin a una relación. En este último caso, el adiós se convierte en un adiós sin espera. Una despedida tanto más descarnada y cruel, que no abre la posibilidad a réplica. La correspondencia amorosa, entonces, abriría o cerraría posibilidades comunicativas, y esto es por su contenido; presentación; momento de envío y de recepción; y si cumple o no su objetivo: el de reforzar, incluso restaurar una relación, o romperla definitivamente.
Hay mucho significado en el hecho de elegir una carta a la hora de expresar sentimientos. No todos prefieren el papel, sin embargo, en algunos casos parecería ser la única opción, por ejemplo cuando el destinatario se niega a continuar el diálogo. Así la carta se convierte en puente, en esa última esperanza. Se vuelve un recurso, una llave para abrir esa conversación que se selló con un portazo o una mirada profunda. Al respecto Liudmila Quincose, periodista cubana, hace quince años que escribe cartas por encargo. Lo que al comienzo le pareció una idea divertida terminó revelando una necesidad inherente al ser humano: la de comunicar (El Porvenir, 2009). En nuestro país este oficio también es ejercido por algunas escritoras, una de ellas Nancy Castellanos, quien al quedarse sin trabajo empezó con este emprendimiento. Dijo a La Nación:

Recuerdo muy bien a uno de mis primeros clientes. Viudo, galante, correctísimo. Había conocido a una señora en un club de jubilados.
Charlaban, jugaban a las cartas, bailaban. Quiso sorprenderla y me
encargó un trabajo. No era exactamente una declaración. Elogiaba su
mirada, su forma de ser. Hoy viven juntos. Supongo que una carta de
amor no lo puede todo, pero abre puertas, ayuda al sentimiento.
(La Nación, 2000)

La carta y su carácter mágico; la mano que escribe y se extiende más allá del papel para acariciar a ese ser amado.
Es esta función mediadora que vuelve a la carta regalo, un regalo que si llega en el momento justo, vale más que el oro. Un presente que puede sanar las heridas del pasado y reconstruir una futura relación.

¿Pero que la vuelve puente entre dos personas que se aman?


La comunicación en el discurso epistolar

Me propondré ahora buscar el carácter comunicativo de la carta cargada de sentido amoroso. Para Néstor Sexe (2001:60) “Solo hay comunicación en el caso de una auténtica acción recíproca en que cada interlocutor habla y es escuchado, emite y recepciona en condiciones de igualdad”. Entonces, encontramos en las correspondencias amorosas, ese rasgo comunicativo donde intervienen un emisor y un destinatario, donde incluso traspasamos frases de la oralidad, tales como: “hola, ¿cómo estás?” o “nos vemos”. En todo, la carta tiene sus propias características. Si nos remitimos al esquema básico de Jakobson, basado en la linealidad de un mensaje que se transmite a un receptor a través de un canal, encontramos la particularidad de un canal escrito; de un mensaje amoroso; de un contexto privado, generalmente; de un código específico y de un emisor y un receptor.
Con respecto al mensaje parecería prevalecer una función tanto más poética, aunque con rasgos de la cotidianidad, con el fin de apelar a los sentimientos del otro, de seducirlo. En otro sentido Darcie Doll Castillo, en El discurso amoroso en las cartas de Gabriela Mistral (Revista Signos, 2000) cita a Patrizia Violi, quien señala que “las cartas de amor muchas veces no dicen nada […] aparte del hecho de haber sido escritas; se dicen a sí mismas”. Esto se relaciona con la idea que Roland Barthes expone  de la carta de amor, refiriendo a su naturaleza de expresar deseo, (que parecería ser su carácter gratuito), pero es como deseo, justamente, que “la carta de amor espera su respuesta; obliga implícitamente al otro a responder”. (Barthes, 1982:38)

Refiriéndonos ahora al canal, el escrito difiere notablemente del oral. La voz se traslada ahora a la propia mente del receptor, o en caso de lectura en voz alta, a la propia voz. ¿Somos nosotros que hablamos? Parecería que en cada frase reviviéramos diálogos, situaciones. En el caso de no conocer personalmente a ese otro, podemos darnos el lujo de inventar esas escenas.

Alguna vez he pensado en mandarte un retrato mío en que esté parecida (porque el que tú conoces es muy otro) ¡pero eso es ineficaz! Tu imaginación siempre pondría luz en los ojos, gracia en la boca. Y algo más: lo que más ha de disgustarte en mí, eso que la gente llama el modo de una persona, no se ve en un retrato. Soy seca, soy dura y soy cortante. El amor me hará otra contigo, pero no podrá rehacerme del todo. Además, tardo mucho en cobrar familiaridad con las personas. Este dato te dirá mucho: no tuteo absolutamente a nadie. Ni a los niños. Y esto no por dulzura, sino por frialdad, por la lejanía que hay entre los seres y mi corazón. (Revista signos, 2000)

Este fragmento es de una de las cartas de Gabriela Mistral, personaje que encarna la escritora chilena Lucila Godoy. La escribiente prefiere la relación por correspondencia, se niega al encuentro en persona con Manuel Magallanes Moure durante los primeros años del envío de las cartas, que tienen lugar entre 1913 y 1922. Este ejemplo muestra como el canal escrito facilita la relación imaginaria, que muchas veces pareciera tener su resurgimiento en el mundo cibernético, donde cada uno es lo que desea ser. Uno puede tener ojos verdes, azules; uno puede photoshopear una imagen, y dejar que la nueva era tecnológica lo moldee según la necesidad. Esta característica, considero, envuelve el mundo epistolar: el imaginar. ¿Cuántas veces, escribiendo, cambiamos frases por temor de que el otro interprete otra cosa? Siempre está presente, como persiguiéndonos, el fantasma de la connotación; porque cuando uno habla puede usar diferentes tonos de voz, o ayudarse de gestos, sonrisas. En papel, las letras no tienen vida, somos nosotros quienes las resucitamos.

Con respecto al código, podría decirse que en las cartas de amor encontramos un código específico. En palabras de Darcie Doll Castillo: “se trata de una forma de diálogo en que los sujetos intercambian sus comunicaciones a través de códigos de los que sólo ellos son los dueños en propiedad, […] situación que provoca que la carta se constituya en el espacio, el lugar y la mediación ideal para el intercambio comunicativo amoroso”. Agrega Castillo que a esto se refiere Barthes, cuando señala que la figura de la carta “enfoca la dialéctica particular de la carta de amor, a la vez vacía (codificada) y expresiva (cargada de ganas de significar deseo)”. (Barthes, 1982:38)

El contexto lo aplicaré referido al momento que está pasando la relación: una reconciliación, un aniversario, una demostración de amor pasional, una declaración. Este contexto dependerá de la pareja. En este sentido, el mensaje recurrirá a hablar más de los propios errores que de los ajenos si se busca demostrar arrepentimiento. Con la misma lógica el enamorado ampliará su vocabulario, utilizará metáforas para elogiar a su amada si busca conquistar su corazón. Estos momentos de la relación serán el contexto para la carta de amor, lo cual también se relaciona con el momento de envío y de recepción. Tomando como ejemplo la declaración, si la carta llegara demasiado tarde, cuando la persona deseada ya no tiene el mismo sentimiento, la carta llegaría fuera de contexto. Entonces el momento justo determinará mucho del contenido y de cómo se predispondrá el lector, y también el que escribe.


Las cartas de amor, ¿un género en extinción?


Hoy en día la proliferación de las nuevas tecnologías pareciera estar reemplazando el lugar que, por tantos siglos, ocupó el intercambio epistolar. El Chat, los mails, los mensajitos de texto, los comentarios en Facebook, son las formas más elegidas a la hora de comunicar. En 1971 el alcance global de Internet generó un vuelco inesperado y comenzó a desplazar a la carta del terreno de las comunicaciones interpersonales. Pero, ¿pueden estas dos formas coexistir? ¿Han desaparecido estos dinosaurios escritos a mano?

Tal vez el panorama no sea del todo alentador. El sentido común nos muestra en lo cotidiano, que escribir es un arte que pocos disfrutan. Al respecto Guillermo Jaim Etcheverry señala esta pérdida de la escritura a mano y opina que “si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es diversa, individual, y nos diferencia unos de otros”. (La Nación, 2009) Entonces uno podría suponer que la letra genérica de la computadora nos refugia de esa exposición del corazón, que de por sí implican las cartas de amor, y que se intensifica cuando nuestra letra revela nuestra persona. Esta innegable inclinación por la escritura virtual parecería ser la responsable de que las cartas de amor hayan caído en desuso. ¿Y esto es porque las personas sienten menos? Tal vez cuando más sentimos más necesitamos un intermediario, por ese temor que envuelve la respuesta del otro, y que nos deja en esa espera, a veces interminable.

Este hecho, el de la espera, tiene un papel determinante en lo romántico de la carta, lo cual parecería desvanecerse en los mails. “El amor llega cuando menos lo esperamos”. Las distancias que recorrían las cartas de amor antiguamente (y no tanto), expresaban que ese amor estaba dispuesto a soportar el tiempo que esa carta tardara en llegar; soportaría lluvias, retrasos, incluso que fuera extraviada. El papel se cargaba de significación, porque encerraba las dudas de lo que pasaría. Hoy es posible despejar la incertidumbre de inmediato, si la persona no contesta el mail es porque simplemente no quiere contestar. Antes no era así, las trabas de las distancias parecían intensificar la pasión. Incluso en la carta de amor que se entrega a mano se ve este juego de lo inesperado, tal vez en el sentido invertido: una carta se vuelve romántica cuando no hay razón para ser escrita. Esto demuestra una acción casi desinteresada si no es una fecha especial o si no se trata de una reconciliación. En este caso, la carta es una demostración de lo que el amado siente por su amada; y esto pareciera funcionar también en los mensajes de texto. El “mensajito” se vuelve romántico cuando en medio del ajetreo y la rutina aparece la imagen de un sobre cerrado en la pantalla del celular.


Con todo, la agilidad que proporciona la tecnología invita a renovarnos, a amoldarnos a las nuevas posibilidades. Al respecto deberíamos preguntarnos si es que la computadora es la culpable, o somos nosotros mismos, que muchas veces hacemos un uso desmedido de ella. Es cierto que parecería prehistórico enviar una carta a un ser amado por correo postal, cuando podemos enviarle un rápido correo electrónico. Pero esta idea de “electrónico”, “agilidad”, “genérico”, no debe reemplazar lo singular, la dedicación y el detalle. No deben verse como formas que compiten, sino opciones entre las cuales uno puede y debe decidir, teniendo en cuenta lo que se quiera comunicar.

Dice Etcheverry:

Es ilógico suponer que la tendencia actual se revertirá, pero al menos los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo. (La Nación, 2009)

No, las cartas de amor no se han extinguido. ¿Que las hay pocas? Sí, pero aún prevalecen en lo más profundo de nuestro ser. Prefieren vestirse de papel en los momentos de crisis, se visten a la moda en lo cotidiano con mensajes de texto. Es innegable que los tiempos han cambiado, y esto implica redefinir el papel, valga la redundancia, de la carta de amor en la actualidad.
¿Es cierto que la letra escrita pareciera aproximarnos más al otro? No hay duda de ello, pero queda en nuestras manos, literalmente, agarrar una hoja en blanco y una lapicera, o abrir el Word y empezar un archivo nuevo. Después de todo, ¿no podría lo romántico adoptar diversas formas?