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lunes, 16 de diciembre de 2013

EL FUTURO LLEGÓ Y ES DE PLÁSTICO

Irupé Almude @irupeyamila/ Cecilia Tangir @ceyarefue/ Verónica Del Vecchio @verodelvecchio/ Carolina Carnevale @carocarnevale

Sólo hacen falta tres elementos para que lo que imaginás tenga cuerpo: un diseño 3d, una impresora y hebras de un plástico blando llamado polímero. El lugar donde generar tus propios objetos ya existe, está en Palermo y te convida algo de tomar mientras esperás: el 3D Lab café.


Corre el año 2050, hace dos horas que Brian, espada de plástico en mano sueña que está conquistando la galaxia de Andrómeda. Como las últimas 10 veces, otra vez rompe su arma infantil.
-¡Brian! ¿Otra vez rompiendo los juguetes? Esta vez te toca a vos apretar el botón.
-¡Pero tarda dos minutos mamá!
-No me importa, en mis tiempos había que irse hasta una juguetería, así que no te quejes.

Sí, puede sonar un poco exagerado. Pero la ciencia ficción, salvo por la tele transportación, se ha especializado en vaticinar un futuro dominado por las máquinas. En Argentina, la industria de las impresoras 3D es todavía incipiente, pero promete generar polémica y producir en tiempo récord  juguetes y casas sólo a partir de un diseño: ¿es posible un mundo sin jugueterías? ¿una vereda sin los clásicos piropos de obreros de la construcción?

Esta fantasía futurista tiene un anclaje en la realidad, un comercio a la calle, un bar donde las impresoras 3D producen objetos mientras  uno se puede tomar un café. “La impresión 3D corta de alguna manera todas las industrias, le interesa a los médicos, a los diseñadores, a todo tipo de gente”, explica Rodrigo Perez Weiss, dueño de este emprendimiento llamado 3D Lab Café, ubicado en el barrio porteño de Palermo.
Contra la pared,  una fila de cuatro impresoras de distintos tamaños y marcas nacionales, trabajan para convertir diseños virtuales en figuras reales del tamaño de una mano. Desde posavasos hasta dinosaurios de gran tamaño. Las posibilidades de la impresión 3D son infinitas.
Perez Weiss en su local

Perez Weiss, que viene de la industria gráfica y es pionero en el país de este tipo de tecnología, relata: “Existen impresoras que imprimen desde casas con cemento, hasta cultivos con células madre, algo que se está investigando ahora”. Este tipo de avances podría ser significativo para las ciencias médicas, principalmente por la posibilidad  de crear órganos y tejidos humanos, lo cual salvaría muchas vidas.
La forma de trabajo de esta maquinaria es algo así como el cincel de un Leonardo Da Vinci de la era del plástico, movido por software de modelado tridimensional. Weiss explica que en realidad es “un proceso que se llama manufactura aditiva”. Este método en vez de tomar un material y modelarlo hasta conseguir un producto, como se hacía antiguamente, trabaja generando de cero a partir de la suma de hilos de plástico el objeto final. 

Esta novedad le despertó la curiosidad a Rodrigo en un viaje por Alemania, momento en el que vio por primera vez una impresora 3D en funcionamiento. Entonces decidió vender su parte en la empresa gráfica que dirigía y se tomó un año sabático para encontrarle la vuelta comercial a este emprendimiento, pero a nivel local.  “La idea era poner un negocio a la calle para mostrar las máquinas y poder comercializarlas”, cuenta el empresario geek, y agrega: “con el tema de las trabas a la importación, sostener el negocio sólo con los aparatos que teníamos era imposible, así que se nos ocurrió incluir equipos 3D de otros representantes, porque en un principio trabajaba solo con una empresa holandesa”, rememora Perez Weiss. 

En su local, por un tema de costos, Weiss maneja máquinas que trabajan con diferentes tipos de plásticos, pero cuenta que hay impresoras que lo hacen con acero, oro e incluso plata. “Una máquina que imprime en acero, vale 250 mil dólares, y con todo el tema de la importación es una cosa inviable”, explica y detalla: “Eso es más del palo de la experimentación que usa la NASA”.

Poniendo los pies en suelo argentino, desde hace aproximadamente un año y medio que se está gestando una incipiente industria nacional en torno a este avance debido a que la patente principal que protegía la tecnología con la que se fabrican venció en el 2007.
KikaiLabs, Trimaker, Delta y Sooteck son sólo algunas de las marcas que tal vez en un futuro no muy lejano reemplacen a las jugueterías y constructoras. Si bien, el costo de impresión a varios colores es alto, el avance rápido de esta tecnología anticipa que muy pronto los productos creados por estas impresoras podrán competir con los que se venden en el mercado.  Según Perez Weiss: “En Argentina, se pueden conseguir máquinas nacionales desde 15 mil pesos y  la importada más cara que hay en el mercado local ronda los 60 mil dólares”.

Tomar un café por 15 pesos, de todos modos, es algo secundario en este lugar. Al bar de Costa Rica al 5000 llegan más estudiantes de diseño, ingeniería o “hobbistas” con pen drive en mano, que clientes atraídos por la oferta gastronómica. También se acercan empresas que logran abaratar los costos por este tipo de oferta tecnológica. “La hora tiene un valor de cien pesos, tiempo en el que se pueden imprimir entre 5 y 10 anillos pequeños”, dice Weiss y detalla que la superficie máxima que pueden realizar las impresoras que maneja es de 27x23x23 centímetros cuadrados.

La batalla que se aproxima en los años venideros, según el dueño de la franquicia, es la de los derechos de autor. “Así como pasaba con la música, hasta el momento hay un montón de archivos protegidos por copyright y ya hay algunos casos en donde los dueños de ciertas marcas han hecho juicio intimando que bajen los archivos 3D de Internet como por ejemplo los modelos del videojuego Final Fantasy”, ejemplifica Rodrigo.

Tal vez lo de Brian y su madre sea excesivo pero una cosa es cierta, en el futuro cercano, coleccionistas e impresoras 3D nunca podrán ser amigos. El héroe de la mítica saga Guerra de las galaxias, Luke Skywalker, fuera de su caja, no es negociable. Muchos Skywalker sin nylon protector transparente, menos todavía. Por donde se la mire, la impresora 3D viene anticipando cortocircuito. Quedará en nuestras manos apretar el botón, o simplemente tomar un café.



EL COMERCIO DE LO RARO

La ciudad de Buenos Aires esconde entre sus vidrieras lugares y propuestas que escapan a lo ordinario. Estas son tan sólo algunas de las tantas ideas exóticas del fecundo imaginario del comerciante nacional.

The break club existe desde el 2012 en el barrio porteño de Palermo y su propuesta es descontrolar controladamente rompiendo cosas. Nació inspirado en técnicas de liberación de estrés que surgieron en Estados Unido y Japón. Su creador sostiene que, si no querés ir al psicólogo o a respirar con el arte de vivir, podés descargar tu ira desde $100 hasta $500 destrozando con un bate de baseball televisores, botellas o una computadora completa. Además, está la posibilidad de armarlo a la carta según los deseos del iracundo.

En San Telmo, cerca del paseo de la historieta, hay una estatua de un Carlos Gardel verdoso zombie, acodado sobre un buzón antiguo rojo. El ícono del tango argento oficia de recepcionista de la Galería del asombro, un recorrido que por una módica suma  te invita a ingresar al universo fantástico de los aliens, villanos de Hollywood y muertos vivientes al mejor estilo feria de las películas estadounidenses.


Silent sounds desde 2011 propone un sistema para organizar fiestas, escuchar dos bandas a la vez o ir a bailar evitando las denuncias por ruidos molestos. Parece aburrido pero no hay silencio real. A cada persona asistente al evento se le dan un par de auriculares inalámbricos, con tres canales de audio intercambiables,  en el caso de la propuesta “boliche”, y en cada uno de ellos, distinguidos por color, suena un estilo de música distinta. Importaron la idea de Europa bajo el lema “fiesta a cualquier hora, en cualquier lugar”.      

domingo, 25 de agosto de 2013

Filete porteño: más vivo que nunca


Algo así como la chica del barrio que adelgazó, se tuneó un poco y empezó a llamar la atención, es lo que pasó con el filete porteño. Dando sus primeros pasos a principios de siglo XX, no fue hasta 1975 que este arte tanguero empezó su recorrido hacia una nueva faceta. Ese año se sancionó una ley que prohibía su uso en las líneas de colectivos, y aunque todo parecía indicar su muerte inminente, no fue más que el trampolín para llegar más alto. Hoy los jóvenes redescubren este oficio, y marcas como Coca Cola, Puma y Mercedes Benz usan sus firuletes para publicitar sus productos, o sacar a la venta ediciones limitadas con un rasgo particular: una impronta porteña bien definida.

Basta con caminar por las calles de San Telmo o Caminito para ver que hay dos rasgos inseparables que visten la fachada de los locales y los cafés: el tango y el filete, los Batman y Robin de la cultura argentina que obsesionan a turistas gringos que pasean con sus verdes, y que son capaces de pagar una yerbera fileteada a un precio elevado con tal de llevarse un pedazo de ese aire a conventillo y callecita angosta de Buenos Aires. Pero esta técnica de cuna porteña no siempre tuvo un valor tan alto. Su origen como un arte decorativo para carros, camiones y colectivos lo posicionó frete al común de la gente como una herramienta para resaltar los carros del panadero o el lechero, o para enmarcar alguna frase pícara, de esas que abundan en las rutas: “Será nene, será varón, ¿quéres saberlo? ¡Subí al camión!”.


Alberto Pereira, maestro del oficio hace 58 años, explica que recién en 1968 esta práctica dejó de ser la cenicienta del arte, cuando Nicolás Rubió, pintor catalán radicado en Argentina, expuso sus obras por primera vez en la galería Wildenstein, sobre la calle Florida. “Antes se lo consideraba un arte menor, porque era el que se usaba en los carros y todo el mundo tenía acceso a poderlo ver. Lo consideraban berreta”, explica sin vueltas Pereira. Para este hombre de 71 años hablar del filete es hablar de su pasión, es recordar “cuando se terminaba de filetear un colectivo y el dueño hacía un asado para todo el taller”. Y cuenta que “los nuevos fileteadores no tuvieron la posibilidad de vivir lo que vivimos nosotros, la trastienda, lo que era la carrocería, donde llegabas y parecía que llegaba Gardel”. Pero lo cierto es que los tiempos son otros, ya no hay carros y los choferes no son los dueños de sus unidades, sino las empresas. En 1975 una ley nacional “descabellada”, como la define Pereira, prohibió el fileteado en los colectivos de la capital, y muchos maestros de esta técnica buscaron alternativas para que su arte no se extinguiera, ya fuera haciendo carteles, obras de caballete o fileteando objetos.


Según José Espinosa, quien aprendió del polaco León Untroib, considerado uno de los padres del filete junto con Carlos Carboni, este cambio de panorama viene también de la mano, literalmente, de jóvenes que toman el pincel y buscan su identidad en esta técnica: “Yo veo chicos muy jovencitos haciendo filete, que parecen hombres de 80 años, porque lo hacen con mucho respeto”, ejemplifica Espinosa, quien enseña en el Museo del Filete, en Defensa al 200 (San Telmo). Jóvenes y no tanto, aprenden el oficio “no solo para ganar dinero, sino por pasión”, dice el maestro que tiene su taller en Calzada, en el conurbano sur. Y tira un dato interesante: "Nunca se le había dado importancia, porque es una técnica de pintura netamente argentina". Es que a principios del siglo pasado, el `art nouveau`, que surgió en la misma época, era considerado superior porque provenía de Europa.

Pereira amplía esta idea y dice que "las flores, el Gardel, el caballo, la virgen del Luján, todo eso es creación de acá, de los primeros fileteadores que le fueron incorporando cosas nuestras. No estamos copiando cosas de otro lado", enfatiza, y distingue que "en otros países lo pintan como si fuera un muestrario de cosas, el filete acá en Argentina trató de llevar una armonía".

Costumbre argentina quizá, esto de darle importancia a lo propio cuando el ajeno lo revindica, lo cierto es que hoy tanto turistas como porteños reconocen en este arte la firma firuleteada de una identidad argentina.

Pero no es que el filete sea otro, que no tenga las mismas flores estilo kitsch, o los dragones “pumita”, o que no sea tan nuestro como lo es el dulce de leche o el lunfardo. Lo que cambió son
 los ojos que lo miran, la forma de admirarlo.

Alfredo Genovese haciendo "Bull painting"
En ese sentido, Alfredo Genovese, el primero en incursionar el filete sobre el cuerpo humano, explica que “el espectador se transforma hoy en un observador. Principalmente por el cambio de soporte, ya que hasta la década del `70 el fileteado iba adosado a los vehículos, haciendo su percepción mucho más fugaz debido al movimiento”. Genovese pintó su segunda serie limitada para Coca Cola en 2009, y realizó diseños para Nike en 2006, entre otras marcas conocidas. Además, llevó al límite de lo impensado esta práctica fileteando un toro vivo, el “Bull painting”. Este maestro de la vanguardia asegura que “al ser el fileteado más visible y observable, su mensaje iconográfico llega a diferentes tipos de públicos, convirtiéndolo en una herramienta comunicacional tan vasta en sus posibilidades como lo es en su uso”.

Obra de Alberto Pereira expuesta en su taller
Así, el filete porteño, con más de un siglo de vida y desafiando a las malas lenguas que querían darle el pésame, supo adaptarse. Se inmortaliza en el guiño de ojo de un Gardel rodeado de firuletes y símbolos patrios en un cartel publicitario, o en los objetos más variados que la gente lleva a los talleres para que los maestros les soplen su arte. Pereira explica que ahora está fileteando “los recuerdos de la gente”. A su taller le llevan desde regaderas hasta radios viejas, lámparas y muebles. Y afirma: “Hay muchos que dicen que el filete ya murió, yo digo que no murió, solamente cambió de escenario”.



Hacia una definición teórica de filete

Una vieja anécdota sitúa el origen del filete en la Buenos Aires de los inmigrantes y lo conventillos, cuando a dos aprendices de un taller de carros municipales, sobre Avenida Paseo Colón, se les ocurrió hacer el chanfle en el parante de un vehículo en rojo. Lejos de escandalizarse, el dueño del carro quedó fascinado, y más tarde los demás clientes pedirían lo mismo para darle color a sus aburridos carros grises.
Esos dos muchachos, seguramente, no imaginaron que esa travesura iba a ser el comienzo de un arte popular que iba a ir perfeccionándose y sumando emblemas nacionales como el tango, lo gauchezco y la Virgen del Luján, entre otros.


Recién a principios de los ’90 el antropólogo Pablo Cirio fue el primero en dar una definición teórica de este arte argentino como “una expresión pictórica que puede incluir una técnica, pero no necesariamente, y que el mensaje siempre es paralelo al mensaje institucional”. En este sentido, se privilegia la función del fileteado en tanto mensaje, que escapa lo oficial y la mera publicidad de un espacio institucional.

Hacia 1975 se dictó una ley que prohibía esta técnica en los colectivos, porque se consideraba que obstruía la correcta visión de la línea del transporte.  “Se prohibieron los mensajes no institucionales”, explica Cirio, y define al filete como algo más que una técnica pictórica: "Es un tipo de mensaje espontáneo, no reglado, generalmente basado en un artificio muy nuestro que es lo picaresco: mensajes a la suegra, mensajes de amor, un pedido a la virgen". El fileteado incluiría, entonces, todos los "mensajes que no pertenecen a la institución del rodado”.

A pesar de ser el primero y el único en haber elaborado una definición teórica del filete, Cirio reconoce que actualmente es necesario reformularla, ya que en los últimos años ha habido cambios sustanciales respecto de la función y el rol social del filete porteño.








martes, 13 de agosto de 2013

Cuando todo duerma, te robaré un color



Ana mira por la ventana, se pregunta cuándo van a llegar. Juega con su muñeca. La peina, la despeina, le acomoda la ropa. Observa los cuadros impresionistas que dibuja la velocidad. Como maquillaje corrido, los árboles, las calles, las casas, son una masa que toma forma cuando el tren para en una estación."Ma, ¿cuánto falta?". Silencio. Será la insistencia con la que pregunta, el calor, o que el tren va hasta las manos. No hay ganas de contestar. Demasiadas preocupaciones se pierden en la mente como para encontrar una respuesta a una pregunta tan simple. Será que ella tampoco sabe dónde está, cuánto falta.

Ana ahora juega con sus tarjetas. Un oso con ojos de animé le sonríe desde el cartón pintado. "Lo mejor que me pasó en la vida fue conocerte", dicen sus cartas. Las cuenta en el suelo, las apila. Al lado, cuenta las monedas, casi todas de diez centavos. Las de un peso le gustan porque son más grandes, porque tienen un sol.

Desde arriba, la nena sentada que hojea un libro para colorear la mira. Por un instante no son extrañas. En sus pupilas se arma un mundo en el que Ana tiene zapatos, y sus pies no lastiman. Son amigas y juegan a disfrazarse, a pintar, a esconderse y cantar piedra libre.

Llegan a Temperley, la sopapa gigante que maneja la hora pico hace que los pasajeros se contraigan, juegen al tetris con sus extremidades, respiren fuerte y cierren los ojos de indignación. El tumulto de gente la rodea. "Permiso, permiso". Ana se abre paso entre los bloques humanos y se hace más chiquita de lo que es para poder pasar. Reparte sus cartas a cada pasajero, les da la mano, pero no siempre se la reciben. A esa hora todos viajan en sus mundos y duermen para afuera, despiertan solo en su interior hasta que llegan a la terminal, y el sacudón final les dice que hay que reaccionar.

Diez centavos.

En el vagón se respira una copia barata de aire, mezclado con perfumes y ausencias de dentífrico. Los habitantes de ese planeta sobre rieles se obsesionan con sus celulares, como si el tiempo fuera a sentirse presionado por el horario a cumplir. Como si la plata no se escurriera bajo la mesa de la corrupción, y el Roca no fuera el Roca.

Todos están yendo, Ana está.

De repente el tren empieza a ir cada más lento para encajarse en la dársena de Constitución.

Las puertas se abren y los pies chiquitos de Ana bailan entre los zapatos, entre los pasos firmes y acelerados de los personajes de la urbe.

Su voz suave se pierde en el eco de los techos altos del edificio porteño: "Ma, ¿llegamos?"

domingo, 11 de agosto de 2013

Almirante Brown: Cómo se vivió la votación en el partido de Giustozzi

   En la plataforma del salón de actos "Juan Domingo Perón", del Consejo del Partido Justicialista de Almirante Brown, un plotter con una gigantografía de Giustozzi escolta la foto de Evita, dejándola en segundo plano. De fondo, la bandera argentina con la silueta de Perón, otro banner la tapa: "Sergio +a Darío = Gestión y Futuro".   
   Son las cuatro de la tarde y un grupo reducido de jóvenes trabaja doblando las boletas  en la comitiva militante que se reúne en Plaza Brown al 200, en Adrogué. Se vive un clima relajado porque confían en que "van a ganar", como afirma  Analía de 32 años, que integra hace seis años el partido del segundo de Sergio Massa, Darío Giustozzi. 

   Atentos a las llamadas de distintas escuelas que avisan irregularidades o faltantes en las boletas, se pasan datos: "Preguntale que pasó en la escuela 57", grita Sabrina, que desde 2005 cree en el proyecto del jefe comunal de Brown, y pre candidato a diputado nacional por el Frente Renovador (FR). La chica de unos 30 años habla de su líder con seguridad y una pseudo sonrisa que anticipa un aire a victoria. “Creo que (Giustozzi) es lo mejor que le pasó al municipio en 40 años”, dice sin dejar de agrupar boletas. Cuenta, además, que la semana previa a las elecciones fue de mucho trabajo y que los que están militando lo hacen por convicción: "por plata no se quedaría ningún chico de 19 años un sábado a la noche doblando boletas, se iría a bailar".

   La cuestión de la identidad política, sin embargo, parece dejar ciertas sombras de duda dentro del  PJ en Brown, tanto para Giustozzi que hoy al mediodía se olvidó el DNI "arriba de la cama", como para  Marcelo, que trabaja en la gestión del intendente del conurbano sur. El hombre de unos  40 años, explica mientras ceba mate que cuando Giustozzi dio el giro político y marcó una separación con la presidenta Cristina Kirchner, su visión de la militancia no cambió: "Yo puedo trabajar para Cristina o para vos, y es lo mismo, porque yo vengo a trabajar", dice mientras de fondo suena fuerte la canción "International Love", del cantante argentino Fidel Nadal.

   Horas antes, a las 12.15, llegaba a la Escuela Secundaria Nº 1 de José Mármol el  compañero de Massa, acompañado por su séquito de colaboradores. “Ahora no va a responder preguntas”, advirtió a los medios su secretario de prensa, Juan Castelnau.
   El dirigente nacido en Saladillo, siguió la rutina esperada: saludó a la gente, sonrió y posó para las fotos. Pero todo el protocolo se desvaneció cuando, frente a la mesa de votación, tocó sus bolsillos y advirtió que no había llevado el DNI. “Uy, ¡me olvidé el documento!”, soltó. Y  en un intento de sortear la situación, aclaró que como estaba hablando por teléfono con su hija Martina, que “estaba tan emocionada porque votaba por primera vez”, olvidó el DNI sobre la cama mientras la convencía de que lo acompañara a votar.


   “Encima es el documento histórico, el que tengo desde los 16 años”, se lamentó el jefe comunal.  
Mientras un colaborador buscaba el objeto olvidado, Giustozzi se dedicó a contestar las preguntas de los medios, frente a las miradas serias de las autoridades de la mesa  105, que estaba completamente vacía. En ese momento, un vecino que salía de votar dijo en voz alta: “Traidores, dejen de filmar. Vayan a filmar a los barrios”. 
   Cuando las cámaras se apagaron, Giustozzi le dijo a uno de sus acompañantes: “Llamalo a Juan, que tengo el DNI tarjeta”. Finalmente, ingresó al cuarto oscuro e introdujo el sobre en la urna.

   A pesar del papelón vivido momentos antes, el par de Massa se animó a dar directivas cívicas, y aconsejó a la gente  “que vote temprano”. “Este es el primer paso rumbo a la elección general de octubre, y no vale la pena dejar las cosas para último momento”, aseguró. Después, como quien levanta una polvareda en la ruta, se retiró de la escuela y se fueron las cámaras. Los vecinos de Mármol, siguieron en su fila esperando su turno para votar.


ph: Verónica Del Vecchio

martes, 23 de abril de 2013

Coltán, el mineral que mueve al mundo

Les comparto un breve informe que hice sobre la situación en la República Democrática del Congo. Enterate por qué todos somos parte de esta guerra

lunes, 25 de marzo de 2013

¿Mentes tomadas?


Los medios de comunicación fueron objeto, desde su comienzos, de diversas críticas en torno a su capacidad de manipular a sus destinatarios. Se cuestionaba si en verdad ese carácter virósico de propagar información incidía directamente en la opinión pública, o si, por el contrario, ampliaba el espectro hacia una sociedad más democrática. En el contexto de una sociedad globalizada el panorama se vuelve un tanto más difuso, el avance tecnológico que se vivió desde fines de los `90 dio paso a una interconexión entre publicidad, información y cultura de masas regida por la lógica del mercado: "la comunicación se caracteriza por ser veloz, abundante y por ser una mercancía", explicaba en 1999 Ignacio Ramonet, director del diario francés El Lemonde Diplomatique. Desde esta premisa, no sorprende que los dueños de los medios no pertenezcan al rubro periodístico, sino que sean empresarios con acciones en otros negocios. 
En nuestro país, por nombrar algunos ejemplos, Cristóbal López del grupo Manzano tiene negocios en el juego, Daniel Vilas es abogado de profesión y Héctor Magnetto, director del grupo Clarín, es contador público.
Las cosas así, se complica pensar en un panorama de democratización de medios, y si bien la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual vino a suplir en parte esa necesidad de un avance hacia la desconcentración de actores en los mass media, hoy quedan ciertas sombras de duda en cuánto a la aplicación de la ley 26. 522 aprobada en el año 2009. Quizás, el artículo 161, (que obligaba a adecuarse a estos grandes grupos y reducir la cantidad de licencias a 24), haya sido el más difundido, sobretodo porque sacó a la escena del debate público la disputa entre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el grupo Clarín. Pero esto no debería ser el único aspecto sobre la puesta en marcha de la ley. El caso del Canal Mapuche de Bariloche, que desde el “7D” sigue a la espera de inversiones para comenzar, nos muestra una realidad un poco distinta.

¿Es cierto que los medios alternativos encuentran su voz en este nuevo panorama? Esta pregunta deberia ser una invitación a reflexionar desde diferentes puntos de vista, sin partidismos políticos. Porque si no somos capaces de pararnos en la vereda ajena, podemos caer en conformarnos con lo que nos muestran, y creer que entendemos lo que pasa sólo porque lo podemos ver, pero como explica Ramonet, “la dificultad es que ver no es comprender". Hay un recorte de la mirada, hay intereses en juego. Será que resulta fácil acostumbrarse al avance lento sobre la realidad, a creer que "se puede vivir sin pensar", como expresaba uno de los protagonistas de Casa Tomada, el cuento de Julio Cortázar. En el relato ficticio, Irene y su hermano se ven obligados a replegarse en su propia casa por la invasión de gente extraña. Finalmente, deben abandonar su hogar sin ofrecer resistencia y tiran la llave de la puerta por una alcantarilla. Me pregunto, ¿qué barreras colocamos ante lo que se nos presenta como un hecho dado?

Los espectadores deberíamos recordar que tenemos en nuestras manos la llave, que seguimos siendo los dueños de lo que queremos ver, pero recordando que existe una estrategia detrás, en la que se busca aumentar el número de consumidores. Sin embargo, no todo está perdido. Es cierto que hay grandes grupos económicos, pero como ciudadanos tenemos la opción de exigir que se cumplan leyes aprobadas por nuestros gobernantes, de no acostumbrarnos a ser solo receptores, y a no dejarnos enceguecer por actos políticos. No deberíamos replegarnos, ni ceder lo que conseguimos.

viernes, 1 de marzo de 2013

Amor por correspondencia

¿Quién no se ha sentido conmovido por una carta? Muchas veces, por escrito, expresamos mejor lo que nos cuesta decir, tal vez porque la mano se toma su tiempo y los silencios de la oralidad no incomodan tanto. Cuando escribimos entramos en un mundo distinto, donde el otro se encuentra sentado, parado, durmiendo. Donde el otro está como lo imaginamos en nuestra mente, o como lo recordamos en ese momento. El papel se vuelve un confidente; la lapicera, una extensión de la mano y del corazón. Ese instante es una búsqueda de las mejores palabras, las frases más elocuentes, y es también, una búsqueda de la sensibilidad del otro.


Las cartas de amor se han escrito a lo largo de toda la historia, o mejor dicho, de la historia alfabetizada. Las mujeres encontraban en ellas la única forma de escritura a la que tenían acceso, pues no se les permitía incurrir en textos literarios de mayor nivel. En tiempos de guerras las cartas no solo provenían del ser amado, eran en sí mismas, el ser amado, el testimonio de que esa persona seguía con vida. En el peor de los casos, el cese de ese envío implicaba la muerte. Sin embargo no solo la muerte física produce el fin del envío de cartas, puede suceder que el amor sea el que muera y en este sentido no encuentre razón para ser testimoniado. Una especie de amor no correspondido por correspondencia.
El discurso amoroso encuentra en la forma epistolar un vuelo poético que no se pierde con el tiempo, pasan los años y aún con las nuevas tecnologías, al escribir una carta uno se siente más libre. ¿Más íntimo? Uno siente que se está desnudando frente al otro. La letra desviste lo que muchas veces usamos para despistar al otro cuando está frente a nosotros. Una letra discontinua puede expresar nuestro nerviosismo, o simplemente nuestra desprolijidad. Sea cual sea el caso, para la mayoría recibir una carta implica recibir al otro. Aceptar una carta, tomarnos el tiempo de leerla, buscar el significado detrás de una frase, “lo que habrá querido decir”, es iniciar un juego comunicacional basado en el envío y la recepción de un papel en el cual se transportan la otra persona, y también, lo que esa persona siente.



El poder de las palabras escritas

La carta se constituye en regalo cuando dice halagos y expresa bellos sentimientos; se constituye en ofensa cuando recrimina o pone fin a una relación. En este último caso, el adiós se convierte en un adiós sin espera. Una despedida tanto más descarnada y cruel, que no abre la posibilidad a réplica. La correspondencia amorosa, entonces, abriría o cerraría posibilidades comunicativas, y esto es por su contenido; presentación; momento de envío y de recepción; y si cumple o no su objetivo: el de reforzar, incluso restaurar una relación, o romperla definitivamente.
Hay mucho significado en el hecho de elegir una carta a la hora de expresar sentimientos. No todos prefieren el papel, sin embargo, en algunos casos parecería ser la única opción, por ejemplo cuando el destinatario se niega a continuar el diálogo. Así la carta se convierte en puente, en esa última esperanza. Se vuelve un recurso, una llave para abrir esa conversación que se selló con un portazo o una mirada profunda. Al respecto Liudmila Quincose, periodista cubana, hace quince años que escribe cartas por encargo. Lo que al comienzo le pareció una idea divertida terminó revelando una necesidad inherente al ser humano: la de comunicar (El Porvenir, 2009). En nuestro país este oficio también es ejercido por algunas escritoras, una de ellas Nancy Castellanos, quien al quedarse sin trabajo empezó con este emprendimiento. Dijo a La Nación:

Recuerdo muy bien a uno de mis primeros clientes. Viudo, galante, correctísimo. Había conocido a una señora en un club de jubilados.
Charlaban, jugaban a las cartas, bailaban. Quiso sorprenderla y me
encargó un trabajo. No era exactamente una declaración. Elogiaba su
mirada, su forma de ser. Hoy viven juntos. Supongo que una carta de
amor no lo puede todo, pero abre puertas, ayuda al sentimiento.
(La Nación, 2000)

La carta y su carácter mágico; la mano que escribe y se extiende más allá del papel para acariciar a ese ser amado.
Es esta función mediadora que vuelve a la carta regalo, un regalo que si llega en el momento justo, vale más que el oro. Un presente que puede sanar las heridas del pasado y reconstruir una futura relación.

¿Pero que la vuelve puente entre dos personas que se aman?


La comunicación en el discurso epistolar

Me propondré ahora buscar el carácter comunicativo de la carta cargada de sentido amoroso. Para Néstor Sexe (2001:60) “Solo hay comunicación en el caso de una auténtica acción recíproca en que cada interlocutor habla y es escuchado, emite y recepciona en condiciones de igualdad”. Entonces, encontramos en las correspondencias amorosas, ese rasgo comunicativo donde intervienen un emisor y un destinatario, donde incluso traspasamos frases de la oralidad, tales como: “hola, ¿cómo estás?” o “nos vemos”. En todo, la carta tiene sus propias características. Si nos remitimos al esquema básico de Jakobson, basado en la linealidad de un mensaje que se transmite a un receptor a través de un canal, encontramos la particularidad de un canal escrito; de un mensaje amoroso; de un contexto privado, generalmente; de un código específico y de un emisor y un receptor.
Con respecto al mensaje parecería prevalecer una función tanto más poética, aunque con rasgos de la cotidianidad, con el fin de apelar a los sentimientos del otro, de seducirlo. En otro sentido Darcie Doll Castillo, en El discurso amoroso en las cartas de Gabriela Mistral (Revista Signos, 2000) cita a Patrizia Violi, quien señala que “las cartas de amor muchas veces no dicen nada […] aparte del hecho de haber sido escritas; se dicen a sí mismas”. Esto se relaciona con la idea que Roland Barthes expone  de la carta de amor, refiriendo a su naturaleza de expresar deseo, (que parecería ser su carácter gratuito), pero es como deseo, justamente, que “la carta de amor espera su respuesta; obliga implícitamente al otro a responder”. (Barthes, 1982:38)

Refiriéndonos ahora al canal, el escrito difiere notablemente del oral. La voz se traslada ahora a la propia mente del receptor, o en caso de lectura en voz alta, a la propia voz. ¿Somos nosotros que hablamos? Parecería que en cada frase reviviéramos diálogos, situaciones. En el caso de no conocer personalmente a ese otro, podemos darnos el lujo de inventar esas escenas.

Alguna vez he pensado en mandarte un retrato mío en que esté parecida (porque el que tú conoces es muy otro) ¡pero eso es ineficaz! Tu imaginación siempre pondría luz en los ojos, gracia en la boca. Y algo más: lo que más ha de disgustarte en mí, eso que la gente llama el modo de una persona, no se ve en un retrato. Soy seca, soy dura y soy cortante. El amor me hará otra contigo, pero no podrá rehacerme del todo. Además, tardo mucho en cobrar familiaridad con las personas. Este dato te dirá mucho: no tuteo absolutamente a nadie. Ni a los niños. Y esto no por dulzura, sino por frialdad, por la lejanía que hay entre los seres y mi corazón. (Revista signos, 2000)

Este fragmento es de una de las cartas de Gabriela Mistral, personaje que encarna la escritora chilena Lucila Godoy. La escribiente prefiere la relación por correspondencia, se niega al encuentro en persona con Manuel Magallanes Moure durante los primeros años del envío de las cartas, que tienen lugar entre 1913 y 1922. Este ejemplo muestra como el canal escrito facilita la relación imaginaria, que muchas veces pareciera tener su resurgimiento en el mundo cibernético, donde cada uno es lo que desea ser. Uno puede tener ojos verdes, azules; uno puede photoshopear una imagen, y dejar que la nueva era tecnológica lo moldee según la necesidad. Esta característica, considero, envuelve el mundo epistolar: el imaginar. ¿Cuántas veces, escribiendo, cambiamos frases por temor de que el otro interprete otra cosa? Siempre está presente, como persiguiéndonos, el fantasma de la connotación; porque cuando uno habla puede usar diferentes tonos de voz, o ayudarse de gestos, sonrisas. En papel, las letras no tienen vida, somos nosotros quienes las resucitamos.

Con respecto al código, podría decirse que en las cartas de amor encontramos un código específico. En palabras de Darcie Doll Castillo: “se trata de una forma de diálogo en que los sujetos intercambian sus comunicaciones a través de códigos de los que sólo ellos son los dueños en propiedad, […] situación que provoca que la carta se constituya en el espacio, el lugar y la mediación ideal para el intercambio comunicativo amoroso”. Agrega Castillo que a esto se refiere Barthes, cuando señala que la figura de la carta “enfoca la dialéctica particular de la carta de amor, a la vez vacía (codificada) y expresiva (cargada de ganas de significar deseo)”. (Barthes, 1982:38)

El contexto lo aplicaré referido al momento que está pasando la relación: una reconciliación, un aniversario, una demostración de amor pasional, una declaración. Este contexto dependerá de la pareja. En este sentido, el mensaje recurrirá a hablar más de los propios errores que de los ajenos si se busca demostrar arrepentimiento. Con la misma lógica el enamorado ampliará su vocabulario, utilizará metáforas para elogiar a su amada si busca conquistar su corazón. Estos momentos de la relación serán el contexto para la carta de amor, lo cual también se relaciona con el momento de envío y de recepción. Tomando como ejemplo la declaración, si la carta llegara demasiado tarde, cuando la persona deseada ya no tiene el mismo sentimiento, la carta llegaría fuera de contexto. Entonces el momento justo determinará mucho del contenido y de cómo se predispondrá el lector, y también el que escribe.


Las cartas de amor, ¿un género en extinción?


Hoy en día la proliferación de las nuevas tecnologías pareciera estar reemplazando el lugar que, por tantos siglos, ocupó el intercambio epistolar. El Chat, los mails, los mensajitos de texto, los comentarios en Facebook, son las formas más elegidas a la hora de comunicar. En 1971 el alcance global de Internet generó un vuelco inesperado y comenzó a desplazar a la carta del terreno de las comunicaciones interpersonales. Pero, ¿pueden estas dos formas coexistir? ¿Han desaparecido estos dinosaurios escritos a mano?

Tal vez el panorama no sea del todo alentador. El sentido común nos muestra en lo cotidiano, que escribir es un arte que pocos disfrutan. Al respecto Guillermo Jaim Etcheverry señala esta pérdida de la escritura a mano y opina que “si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es diversa, individual, y nos diferencia unos de otros”. (La Nación, 2009) Entonces uno podría suponer que la letra genérica de la computadora nos refugia de esa exposición del corazón, que de por sí implican las cartas de amor, y que se intensifica cuando nuestra letra revela nuestra persona. Esta innegable inclinación por la escritura virtual parecería ser la responsable de que las cartas de amor hayan caído en desuso. ¿Y esto es porque las personas sienten menos? Tal vez cuando más sentimos más necesitamos un intermediario, por ese temor que envuelve la respuesta del otro, y que nos deja en esa espera, a veces interminable.

Este hecho, el de la espera, tiene un papel determinante en lo romántico de la carta, lo cual parecería desvanecerse en los mails. “El amor llega cuando menos lo esperamos”. Las distancias que recorrían las cartas de amor antiguamente (y no tanto), expresaban que ese amor estaba dispuesto a soportar el tiempo que esa carta tardara en llegar; soportaría lluvias, retrasos, incluso que fuera extraviada. El papel se cargaba de significación, porque encerraba las dudas de lo que pasaría. Hoy es posible despejar la incertidumbre de inmediato, si la persona no contesta el mail es porque simplemente no quiere contestar. Antes no era así, las trabas de las distancias parecían intensificar la pasión. Incluso en la carta de amor que se entrega a mano se ve este juego de lo inesperado, tal vez en el sentido invertido: una carta se vuelve romántica cuando no hay razón para ser escrita. Esto demuestra una acción casi desinteresada si no es una fecha especial o si no se trata de una reconciliación. En este caso, la carta es una demostración de lo que el amado siente por su amada; y esto pareciera funcionar también en los mensajes de texto. El “mensajito” se vuelve romántico cuando en medio del ajetreo y la rutina aparece la imagen de un sobre cerrado en la pantalla del celular.


Con todo, la agilidad que proporciona la tecnología invita a renovarnos, a amoldarnos a las nuevas posibilidades. Al respecto deberíamos preguntarnos si es que la computadora es la culpable, o somos nosotros mismos, que muchas veces hacemos un uso desmedido de ella. Es cierto que parecería prehistórico enviar una carta a un ser amado por correo postal, cuando podemos enviarle un rápido correo electrónico. Pero esta idea de “electrónico”, “agilidad”, “genérico”, no debe reemplazar lo singular, la dedicación y el detalle. No deben verse como formas que compiten, sino opciones entre las cuales uno puede y debe decidir, teniendo en cuenta lo que se quiera comunicar.

Dice Etcheverry:

Es ilógico suponer que la tendencia actual se revertirá, pero al menos los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo. (La Nación, 2009)

No, las cartas de amor no se han extinguido. ¿Que las hay pocas? Sí, pero aún prevalecen en lo más profundo de nuestro ser. Prefieren vestirse de papel en los momentos de crisis, se visten a la moda en lo cotidiano con mensajes de texto. Es innegable que los tiempos han cambiado, y esto implica redefinir el papel, valga la redundancia, de la carta de amor en la actualidad.
¿Es cierto que la letra escrita pareciera aproximarnos más al otro? No hay duda de ello, pero queda en nuestras manos, literalmente, agarrar una hoja en blanco y una lapicera, o abrir el Word y empezar un archivo nuevo. Después de todo, ¿no podría lo romántico adoptar diversas formas?