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miércoles, 1 de noviembre de 2023

"Panchos, panchos". El vendedor lo frasea como si cantara un tango o susurrara una frase de amor. Es la hora del hambre y el mal humor. Constitución se vuelve el escenario de los codazos limpios y sucios, de los pasos rápidos, de los pasos lentos que irritan a los rápidos, de la envidia al que come un super pancho con intestino de acero, del olor a todo junto brotando del suelo húmedo. El techo alto no da sensación de aire, es el límite de una carpa de circo gris llena de payasos nostálgicos.
El tren se ancla en la dársena y la gente empieza a bajar como hormigas gigantes. Solo hay pies, uno sobre el otro, espaldas que chocan de costado y encojen el hombro ajeno. Lucía se abre paso entre el matorral de cuerpos y, rompiendo toda ley física, logra penetrar el tumulto y sentarse. Encuentra su oasis apoyando la cabeza contra la ventanilla, agarra fuerte su mochila y cierra los ojos un rato para descansar los recuerdos del día. Empieza a enumerar en su mente todas las cosas que tiene que hacer cuando llegue a su casa mientras afloja los pies dentro de las zapatillas. Al lado se sienta un chico que llama su atención. Tiene el pelo revuelto y las piernas largas, sobre ellas unos apuntes muy subrayados y de sus auriculares sale un murmullo que Lucía puede identificar fácilmente. A ella también le gusta Green Day. El la mira de reojo, o eso siente ella. Disimula que mira hacia atrás como buscando a alguien para comprobar lo que ya sospecha. Es lindo. Según su subjetivo punto de vista, todo lo desalineado en sus cabellos se convierte en un embrollo que traspasa su corazón casi adulto. Algo le recordó que su atracción por el desorden era algo que debía evitar a toda costa. Bajo ningún punto de vista iba a dejar que...
-¿Te gusta Green Day?, le preguntó para arrepentirse a los dos segundos mientras se preguntaba en qué momento su boca había decidido rebelarse contra su inteligencia emocional.
-¿Qué?, dijo su compañero de viaje mientras se sacaba un auricular para entender lo que decía la castaña de ojos traumados. 
- No, que se te cayó una hoja, de los apuntes, le dijo Lucía mientras la levantaba del piso y se la daba temblorosa.
-Ah, muchas gracias! Menos mal que te diste cuenta. Mañana tengo un parcial y estoy al horno. 
La sonrisa del chico sin nombre era más desbaratadora que empedrado del conurbano, y encima se la estaba tirando a ella sin remordimientos. Lucía pensó que era injusto que sus dientes alineados y blanco ala vinieran a amenazar sus argumentos en contra de las relaciones amorosas y espontáneas. 
Atinó a devolverle un gesto extraño, como asintiendo con la cabeza y sonriendo levemente. O algo así. Después giró rápido la cabeza para mirar por la ventanilla. Claramente todavía no estaba lista para ese tipo de conversación, la del tipo que después la iba a obligar a buscarlo por las redes sociales, para darse cuenta de que tenía novia o una madre muy perfeccionista y presente. Era mejor dejar todo en el plano imaginativo.
El tren se clavó en Temperley. Pelos locos no se bajó, así que se esperanzó pensando en que tal vez los dos eran de Adrogué. El misterio se estaba por relevar. Esperó un rato antes de pararse y acercarse a la puerta, no quería empujarlo o tener que pasar por encima de sus piernas kilométricas. Finalmente los dos se levantaron casi al mismo tiempo. El silencio incómodo (que no era silencio pero ustedes me entienden) llenó ese espacio de un metro cuadrado que compartía con su idílico amor de ferrovías. En esa burbuja ella imaginaba que él le hablaba antes de bajarse, le pedía su nombre, le agradecía nuevamente por lo del apunte. Pero nada de eso estaba sucediendo. Las puertas se abrieron y los dos bajaron y caminaron en la misma dirección. El viento estaba descontroladísimo, casi tanto como sus hormonas, así que se acomodó la bufanda y se tapó la cara hasta la nariz hasta parecer una piquetera del amor resignada.
-Soy Tomás, gracias por lo del apunte. Resumir no es mi fuerte como te habrás dado cuenta. Estudio comunicación social. Aunque sinceramente no se de que voy a vivir cuando me reciba, mientras tanto trabajo en la librería algunas tardes, la que está sobre Esteban Adrogué. 
Lucía se lo quedó mirando mientras la bufanda le amordazaba la impulsividad. No entendió qué había sido toda esa verborragia. A Tomás se ve que se le daba bien esto de las palabras no resumidas, pero quién no quiere un hombre que exprese todos sus miedos en una presentación casual.
-Me llamo Lucía, dijo mientras se bajaba la bufanda y el viento le peinaba el flequillo para el otro costado.
Qué bueno que tengas todo tan claro! No quiso ser irónica, pero a veces todo lo que decía sonaba irónico. 
Tomás se rió. Caminaron un rato más en silencio uno al lado del otro. Casi saliendo del andén le preguntó su apellido: - Así te busco en instagram, si no tenés problema.
-No, todo bien, Lucía Galeano...¿Vos cómo figuras en instagram?
-Yo te busco no te preocupes, y te escribo así sabes que soy yo.
Los dos se sonrieron, mientras sus pelos se enredaban por la ráfaga otoñal. 
-Ah, yo también estudio Comunicación Social, remató Lucía antes de la despedida.





Para mi hija

Te escondés detrás de la silla y tu risa se desata locamente cuando te encuentro. ¿Será que puedo guardar en un frasquito tu risa? ¿Será que siempre vas a venir corriendo a mis brazos cuando te tropieces? No lo sé. Pero hoy es hoy y estamos juntas, y te disfruto ver descubrir el mundo.

Me sonreís con una inocencia infinita, y yo quiero meterme en ese mundo perfecto que es el tuyo, del que sin querer soy parte, una invitada ocasional que de tanto en tanto abre la puerta de tu cielo lleno de colores, aventuras y fantasías, para después volver a la realidad y darme cuenta de cuan privilegiada soy de tenerte, para que me enseñes todo lo que olvidé, creciendo. 
Sentís que te doy la seguridad para aprender las reglas de este mundo y equivocarte con la licencia del abrazo inmediato, pero soy yo la que quiere vivir un ratito en el tuyo,  para esconderme en tu asombro constante y tu risa tan fácil.

Entonces con la facilidad de las fórmulas mágicas abriría ese frasquito, ese que es colorido de mil maneras posibles, y cuando me haga falta lo abriría para escuchar tu risa, envolviéndome como una cuerda inmensa atando todos mis miedos. 

Viaje

Quiero gritar 

como si me salieran cien bocas de adentro,

que la lluvia me riegue la garganta seca

y que me nazca una flor en el pecho.

Quiero gritar sin miedo

a que me escuche mi vecino interno

o que me juzgue mi alterego,

el espectáculo seria sin dudas un éxito,

un nacer de nuevo.

Quiero gritar por dentro

como si me crecieran alas de acero,

y brillaría en el cielo en un vuelo etéreo.

El caos es parte del centro

de la entropía del universo.

Y creo mundos 

y creo tiempo

y creo

y siento

y grito

y muero

vuelo en un viaje entre el la tierra y el cielo.

No fluyo en el aire, 

me materializo en esto

la gravedad me invade.

Será que siempre será así:

un ciclo de giros entre lo que tengo y lo que anhelo.

Será que es parte de la esencia, 

evaporarse por momentos

ser cenizas y recuerdos,

ser parte de lo efímero y de lo eterno.

Dejo mi estela grabada en tu pecho

y mis semillas cayendo en tu suelo,

dejo mi voz como espina 

y un camino lleno de manzanillas.

Dejo mi sonrisa volando en el aire

para que la atrape el viento y la lleve a cualquier parte.

y creo mundos

y creo tiempo

y grito y muero.

Estoy en un viaje eterno entre la tierra y el cielo.

jueves, 8 de junio de 2023

De eso no se habla

Sobre inclusión y acoso escolar.

Por Verónica Del Vecchio

———


Es increíble que hoy en día haya tanta parafernalia alrededor de discutir si un niño es niña, Niño o Niñe, y sean miles los chicos que vuelven a su casa después de pasar cinco, seis, ocho horas dentro de una escuela, donde hablar de bullying y acoso escolar es decir lo innombrable. 

No se llama por su nombre a la burla, “son cosas de chicos”. 

No se problematiza la exclusión al que es más tranquilo y no se defiende. La respuesta es “no les des bolilla”. 

No se pone sobre la mesa los “gorda, cara de mono, cuatro ojos”, y la lista podría seguir como así también la crueldad. 

Porque de eso no se habla, y si de eso no se habla, eso no existe. 

Porque la escuela a veces se convierte en una cuadrilátero donde el público mudo son los docentes atados de manos para imponer alguna consecuencia, y los compañeros que callan por temor a ser la próxima víctima. 

¡Ay pero no será mucho! Los niños no son crueles….

El dolor que siente un niño, venga de quien venga, es un acto de crueldad que necesita ser corregido. 

No podemos despertarnos un día y alarmarnos porque un niño empezó con problemas de ansiedad, otro se quitó la vida y otro sufre anorexia sin primero escandalizarnos ante la burla. Sí, la burla inofensiva. ¿Es inofensiva?

Los papás ausentes que depositan a sus hijos para que la escuela los eduque y se lavan las manos descansando en el Estado.

Y es que para el Estado hablar de inclusión hoy se reduce a una brecha entre niños y niñas. 

Los niños deben dudar de todo lo que les han dicho que significa ser hombre y las niñas deben levantar su fuerza femenina en pie de guerra. 

La inclusión se come la diversidad con su E qué no resuelve nada y lo único que hace es unificar bajo una doctrina totalitaria que no da respuesta ante lo urgente y lo importante. 

Los papás que cuestionan son rebeldes, y hay que callarlos como sea. 

Los niños sensibles son estigmatizados de inadaptados. Los niños que sufren son revictimizados cada vez que su voz es ignorada; Cada vez que no hay sentimiento de justicia para un niño y una luz se apaga en él.

No nos asombremos entonces de vivir en un mundo cada vez más oscuro. 

Es tiempo de mantener la luz encendida. 

Y los ojos bien abiertos.

miércoles, 11 de enero de 2023

Cuando Vaya

Hay una dulce calma en mojar los pies en la orilla, hundirlos un poco y sacarlos como dos sopapas para seguir caminando. 
Durante muchos veranos fuimos a Las Toninas, un pueblo costero con los mismos locales desde hace treinta años. Sin dudas, un buen lugar para la gente que no es fan de los cambios. 
La rutina parecía repetirse cada año: los centros de juegos de Tonycenter, los restaurantes de Tonycenter, la heladería de Tonycenter. Supongo que ese tal Tony habrá sido un magnate de los ´90. 
Recuerdo el olor al calefón recién prendido después de varios meses sin uso, el olor de las tostadas redondas sobre la sartén, el gusto del té con limón (que parecía más rico que el de mi casa), el mueble setentoso con vitrina, el sillón que se hacía cama y siempre estaba lleno de arena, las revistas cholulas que se acumulaban cada año, el shampoo por la mitad del verano anterior, la rutina de cargar las paletas para jugar hasta que se fuera el sol (y que nadie se olvidara de llevar la pelota), llenar la cantimplora con chocolatada fría, comprar crucigramas y autodefinidos, caminar de noche por la peatonal y jugar al Daytona; tomar un helado en Capri, porque era más rico que el de Tony Center; y no subirse a los autos chocadores porque era dudosa la fecha de su último mantenimiento. 
Eramos felices llevando libros para leer mientras el sol nos pegaba de lleno en la cara. Eramos felices sin smartphones ni tablets, jugando al truco y al chinchón. Eramos felices porque no necesitábamos demostrarlo en las redes a cada instante, y porque los recuerdos quedaban grabados a fuego en la memoria. Tal vez, porque vivíamos más, o porque el cerebro hacía un esfuerzo mayor para retener las cosas buenas de la vida. Porque nos mirábamos más. Nos escuchábamos mejor. 

Cuando vuelva a Las Toninas seguramente vea a la niña que hacía castillos de arena sentada en la orilla. La miraría de lejos e iría a abrazarla en silencio, con su malla roja húmeda y su flequillo lleno de arena. Le diría que todo va a estar bien, aunque no siempre. Le diría que guarde ese abrazo para cuando le haga falta. Nos sonreiríamos y dejaríamos que la ola rompa en nuestros pies borrando las huellas del tiempo. La noche nos obligaría a regresar al edificio escoltado por perros callejeros; subiríamos la escalera agarrándonos de la baranda de madera tambaleante mientras nuestros pies rocían de arena los escalones de granito gastado. Entraríamos al túnel del tiempo por el pasillo angosto, correríamos la cortina de tela áspera rayada y nos encontraríamos todos reunidos alrededor de la mesa de mantel beige y marrón. 
- ¡Che que batifondo!, refunfuñaría mami mientras cierra la ventana grande que da a la cocina del restaurante de abajo. 
- Bueno Lidia cerrá la persiana, ¡que va a ser!, trataría papi de convencerla inútilmente mientras la cumbia invade la cena familiar. 

La luz tenue de la lámpara noventosa se va apagando. Todos duermen.

Cuando vaya a Las Toninas seguramente tome un helado en Capri, y seguramente también, juegue varias carreras de Daytona.

miércoles, 24 de junio de 2020

Del top de Romina Malaspina y otras cosas

La incorporación de Romina Malaspina al equipo de Canal 26 suscitó opiniones divididas. 
Tampoco es que la decisión haya desentonado con la elección de Sol Pérez como conductora de la misma señal. Sin embargo, lo que terminó por desatar la polémica fue el top que poco dejó a la imaginación que lució la joven compañera de Diego Codini.

En su Instagram, Malaspina es muy activa y deja ver que no le importa para nada lo que opinen de ella. Además, afirmó que sus colegas respetan sus decisiones de vestuario y la tratan como a una hija. 

Este episodio me resulta llamativo por varias razones: por un lado, muchos pusieron en duda su formación académica, que por lo que ella mismo aclaró, sólo estudió locución. 
Por otro, está la dicotomía entre si es apropiado el uso de esa ropa para conducir un programa de noticias que requiere cierta formalidad (por ejemplo, a la hora de hablar de los muertos por coronavirus), y la muy conocida frase de que "la mujer es libre de ponerse lo que quiere", por la que abogaron varios usuarios para defenderla en su red social. 
Así, entre todos se sacaron los ojos virtuales por un rato. 

Pero me quiero detener en esa última frase.

¿Somos libres de ponernos lo que queremos?

Desde muy chica recuerdo ir con mi mamá a la retacería de Burzaco en busca de la tela para mi próxima remera, buzo, vestido o pantalón. Si había algo parecido a la libertad de elección, era eso: decirle a mi mamá lo que quería y cómo lo quería. 
Sí, una genia Lidi, en dos minutos te hacía una campera de polar.

Sin embargo, ir a comprar ropa con ella no era tan divertido, (Perdón ma!). Cuando mirábamos las vidrieras se frustraba por lo caras que estaban prendas que no lo valían. La frase que más repetía era "esto es una cachada, mejor te lo coso yo".
Así que muchas (muchas) veces volvíamos sin comprar nada. 

Cuando llegó la época en la que todas mis compañeras del colegio empezaron a ir a bailar supongo que habré sido un poco el bicho raro, digo supongo, porque si así fue, nunca me enteré ni me afectó. La verdad es que jamás me pareció llamativo ir a un boliche. Se ve que tampoco me importaba mucho pertenecer, porque cuando contaban de sus hazañas de emborracharse, o de las cosas que hubieran preferido no hacer en ese estado, yo me sentía privilegiada de poder prescindir de esa clase de reconocimiento de grupo.

Menciono esto, porque cuando iba a comprar ropa en ese tiempo, había una sección de tops y polleras que claramente no usaría para estar en mi casa, o ir al super, o al cumpleaños de mi sobrinita. Me refiero a la sección de prendas minúsculas por las cuales piden precios irracionales. Pero como están vendiendo "libertad" y "diversión", las madres de esas adolescentes que quieren ser amigas de sus hijas lo pagan, y la nena se va feliz con la falda ajustada e incómoda que la hará pertenecer al mundo de luces de colores. 

Entonces... ¿cuánto de verdad tiene la expresión de que la mujer es libre de ponerse lo que quiere?

¿Es libre realmente? 

Si desde sus doce años aprende que para entrar a un boliche hay cierta vestimenta que tiene que usar, aunque sea invierno y se esté congelando, y le hacen creer que cuánto más muestre más dueña es de su cuerpo, es por lo menos, dudoso.

Yo que soy madre de dos nenas, les enseño que nadie tiene que ver ni tocar sus partes íntimas. Pero imagino que cuando sean grandes el mensaje que van a recibir de esta sociedad es que cuánto más revelen de sus cuerpos, más libertad van a aparentar. Porque parece que la mujer que no siente vergüenza de mostrar sus tetas o su cola tiene mayor autoestima. ¿Será así?  

No sé en que momento esa niña crece y se convierte en la mujer que cree que sus partes ya no son tan privadas, pero queda claro que las mujeres son bombardeadas constantemente con un mensaje machista disfrazado de revolución. 

Todos los días vemos a las mismas actrices e "influencers" que critican el lugar que ocupó la mujer en los medios por mucho tiempo perpetuar la cosificación de la mujer: todas en la misma pose prefabricada y semidesnudas. 

Si las revoluciones cambian los paradigmas...¿por qué siguen haciendo lo mismo? 

Lo único que cambiaron es el discurso: "ahora lo muestro porque soy súper fuerte". La verdad es que si fueran súper fuertes deberían mostrar sus ideas, no sus tetas. Porque sí, por mucho que se esfuercen en negarlo, saben que lo que sigue vendiendo es el sexo. Y de algo hay que vivir, ¿no?

Nuestras jóvenes necesitan saber que las batallas ideológicas se ganan con ideas no con pezones.

El exhibicionismo nunca fue sinónimo de libertad, por el contrario, cuando algo tiene mucho valor uno lo cuida y lo guarda de los ojos extraños. 

En conclusión, si la ropa  que elegimos es la que alguien antes eligió y decidió poner a la venta, no se cuán libres somos de vestirnos como queramos. Estamos eligiendo sobre la decisión de otro sobre lo que es usable y lo que no. 

Por otro lado, somos libres de vestirnos como nos plazca, pero tampoco hay que pecar de ingenuos. 

Así como no visitamos a un familiar enfermo en el hospital en bikini, o vamos a trabajar en pantuflas (salvo en pandemia y desde casa), nuestra vestimenta habla de quienes somos, y dentro de ese contexto, somos libres de pensar si lo que nos ponemos representa la forma en que queremos darnos a conocer.









domingo, 7 de junio de 2020

Ezequiel Morfi brindó un workshop sobre mezcla y mastering en Rosario


Ya lo dijo Fito, Rosario siempre estuvo cerca. Y si a eso se le agrega la pasión por el audio, puede ocurrir algo como lo que pasó el sábado 12 de octubre: el productor y conferencista Ezequiel Morfi dio un seminario “in the box”, sobre cómo abordar un multitrack comercial, utilizando solamente herramientas digitales gratuitas.

En sus palabras: “la idea del workshop, es poder tener una idea de cómo ecualizamos y de cómo comprimir con plug-ins freeware que no son muy conocidos”.

Morfi perteneció al equipo de Andrés Mayo por más de siete años y actualmente dirige Titanio, su propio estudio especializado en mezcla y mastering en Capital.

Gracias a la gestión de la Asociación Argentina de Técnicos de Ingenieros de Audio (AATIA), la jornada nucleó a aficionados, productores y técnicos que durante cuatro horas se capacitaron en el Estudio Magia Producciones.

-¿Qué define un buen mastering?

-Cuando el mastering es bueno, el resultado de ese trabajo debería transmitirse y llegar al oído entrenado, al oído no entrenado, a la escucha concentrada y a la escucha casual. Y esto, en total ausencia de la comparación con la mezcla. Si el mastering resuelve bien las cosas, es siempre consecuencia del trabajo previo de grabación y mezcla y va a haber algo más ahí para su disfrute. Un oído entrenado permite descubrir de que se trata, pero no necesariamente apreciarlo.

-¿Tenés tu propia definición de lo que es un mastering?

-Para ser un poco romántico, yo siempre digo que el fin del mastering es potenciar el impacto emocional. El trabajo está bien hecho cuando de lo que ingresa al estudio, que es la mezcla, el resultado es más emocionante.
El mastering, a través de sus tontos caminos de compresión y ecualización tiene que poder “mejorar” la obra, hacerla brillar más, para que transmita más y el discurso se transmita mejor, y entonces, emocione más.
Es como la frutilla de una torta, pero si en vez de una frutilla pongo una aceituna, toda la torta está arruinada, arruina toda la experiencia. Y es solo un 1% . Por el contrario, si esa torta estaba fantástica pero le faltaba una frutilla, y esa frutilla la ponés vos, esa torta se predispone mejor a ser comida.


-Es una disciplina que no todos saben de que se trata…

-El mastering tiene como esta cosa de medio misterioso. Los artistas suelen saber lo que significa grabar y mezclar, pero muchos que vienen al estudio, una minoría, dicen, “vengo acá porque me dijeron que tengo que masterizar, pero de verdad no sé que va a pasar”.

Los músicos no siempre tienen una idea realista de lo que verdad implica el mastering. Y es una de las prácticas que tiene que ver con la manufactura de un disco que es la menos poblada. Hay mucha mas gente que hace mezcla que no se anima a dedicarse al mastering.

-Hay una creencia de que lo analógico era mejor, ¿es así?

-Cuando alguien habla de las grabaciones analógicas piensan en el apogeo del audio analógico. Nos quedamos con la imagen de Maradona en el `86, y en ese momento el audio digital estaba de alguna manera en pañales. Seminarios como los que se vivieron hoy son para capacitar y para demostrar que la gente que trabaja día a día con audio digital no lo domina. Pasa los semáforos en rojo o come las verduras sin lavar porque no lo saben. No se murieron de casualidad. Hay muchas aristas del audio digital que son desconocidas por las masas.


Morfi en lo que va del año ya recorrió Ecuador, México, Estados Unidos, Perú, Chile, Uruguay, brindando diferentes charlas sobre su especialidad. Sin embargo, aunque conversar es algo que se la da muy fácilmente, el Licenciado en Composición en medios electroacústicos por la Universidad de Quilmes, prefiere los títulos que le otorgan las más de mil producciones discográficas en las que trabajó, con artistas de la talla de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Mercedes Sosa, Chaqueño Palavecino, entre otros.


- ¿Cómo comenzás en el mundo del mastering?

- Entré por casualidad en este ambiente. A los 22 años estaba estudiando y un profesor nos habló de la Audio Engeneering Society (AES). Primero me metí como público, y con la avidez de integrarme un poco más, en 2004 quise participar como colaborador. En ese marco quien iba a ser mi futuro jefe (por Andrés Mayo), era una de las autoridades de AES y necesitaba un asistente. Entonces entablamos una relación de trabajo, y había una confianza.

-¿Ahí comienza tu carrera?

- Mi carrera empieza en el estudio de Andrés. Como todo adolescente tenía mi propia computadora, pero era un autodidacta, no había demasiados apuntes o libros para leer al respecto. Gracias a AES viví los primeros eventos de charlas presenciales, en donde conocí gente que me podía iluminar un poco más en esto del mundo del audio. Pero era super underground la enseñanza de estas cosas.

Hijo de un padre abogado y una madre socióloga, el técnico de 35 años cuenta que  “había un fuerte mandato familiar de ir a la universidad”. Agrega entre risas que “en ese momento había insinuado hacer un terciario de técnico en grabación y me lo revolearon por la cabeza”

- ¿Cómo fue tu paso por la universidad?

- La carrera rozaba mucho con cuestiones del audio y a mi me sedujo el hecho de ir a la universidad. Nunca pisé un conservatorio, mis estudios eran de profesores de guitarra y de sacar canciones de rock and roll, así que tenía ganas de pasar por la experiencia de profundizar los conocimientos. A la vez que iba a la universidad, hacía cursos terciarios en TECSON.

- ¿Es necesaria la formación académica para dedicarse a esto? ¿Cómo fue tu caso en particular?

-Pasar por la universidad me ayudó muchísimo, y no me cabe la menor duda que es necesario formarse. Lo que tiene la disciplina del audio, en general, es que a veces se encuentra en libros y ciertos artículos, es más difícil de hallar, y yo soy porfiado de un plan de cursada.
 No digo que el camino de autodidacta no vaya a dar buenos resultados, y no juzgaría a un técnico por eso, pero si alguien se está cuestionando sentarse a estudiar para aprender, creo que no hay ningún lugar a duda.
Si alguien me dijera que cree que sabe masterizar porque leyó un montón de libros no le daría crédito; al igual que si alguien me dijera que sabe masterizar porque tiene mucha experiencia, probablemente necesite comprobarlo de alguna forma, porque pudiste haberlo estado haciendo mal todo este tiempo.

-Volviendo a tus primeros años…qué trabajo fue el más significativo en tu paso por el estudio de Andrés Mayo?

-Uno tiende a pensar en los trabajos de los clientes más renombrados. Una figurita repetida en el estudio de Andrés era y es Pedro Aznar, y en esas sesiones yo podía admirar hacer el mastering de una mezcla impecable. Me acuerdo de escuchar y decir “qué va a hacer este tipo, porque realmente esto suena brutal. Cómo haces para mejorar esta puesta”. Y efectivamente Andrés lo lograba. Entonces, el hecho de ver el desempeño técnico en un escenario de alta exigencia es mucho más difícil. Porque es mucho más difícil masterizar una buena mezcla que una mala mezcla. Una frase misma de Andres era que “pasar del cuatro al siete es mucho más fácil que pasar del nueve al nueve cincuenta”.

-¿Te llevás algo más de los años allí?

-Sí, otra cosa que aprendí mucho es el trato con el cliente. Que sigo creyendo que es el 51 % del trabajo. Me acuerdo de esas situaciones en las que el cliente era exigente y la situación había que trabajarla. 
El asistente predispone un poco el estudio y ve todo desde una cierta óptica macroscópica, como un juez de tenis, tenía chance de observar todo. Siento que me formó no solo como técnico, en el sentido de las perillas, sino como profesional que puede lidiar con un trabajo. Cosa que siendo autodidacta, es muy difícil de lograrlo.

El ingeniero de audio integra la comisión directiva de AES Argentina desde 2004, y rememora que la palabra mastering, como una disciplina en sí, empieza localmente en el año 92: “Andrés Mayo ya estaba ofreciéndolo porque había visto que afuera era moneda corriente. Su futuro socio, Eduardo Bergallo por ser el monitorista de Soda Stereo, y Soda por trabajar en el disco Doble Vida con Carlos Alomar como productor, masterizó el disco en Los Angeles. Acá ya éramos bastante profesionales, pero una vez que vieron la diferencia con Signos y Nada Personal, nadie se imaginaba que al postre le faltaba esa frutilla”.

-En los últimos años el avance de la tecnología amplió las posibilidades del audio, en términos de quién puede y quien no. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

-Veo positivo que hoy en día cualquiera pueda coparse, explorar y hacerlo, no me parece que sea una cuestión sagrada y que solo los monjes tibetanos se puedan sentar a manipular una perilla. Me alegra de que haya entrado un poco en el común de la gente, y vivimos en un época en que los jóvenes usan photoshop, editan videos, hay muchas opciones al alcance, la homogeneización lo bueno que tiene, es que puede contagiar a cualquiera.


-¿Y la otra cara de la moneda?

-Yo que suelo ser cínico y crítico, el lado malo que le veo es que el acceso de todos a esto, como cualquier cosa, tiende a nivelar la calidad para abajo.
Nunca fui muy amigo de que solo unos pocos privilegiados puedan acceder a trabajar en un estudio solo por haber nacido en Buenos Aires o en Londres, solo porque en otros lugares no hay estudios. Ahora, en La Rioja puede haber un estudio en cada hogar en tanto haya una computadora. Me gusta que sea más accesible y que se le vaya un poco esta cosa “sacra”. Pero si es cierto que suele haber un diferencial fuerte en el tipo que se dedica a esto.

-¿Entonces?

-Del elitismo, al “todos somos todo” existe el peligro de nivelar para abajo, es decir, que cada vez haya más música pero que esa música sea mala. Que la música buena lo defina un sello discográfico que está pensando en vender tampoco me parece la solución, o el que tiene plata para pagarlo. Pero es difícil que seamos todos buenísimos en todo, en todo caso, este comentario yo pienso que tendría que servir para que uno se ubique en algún lugar y se especialice.

-¿Cómo está Argentina con respecto a países del primer mundo en ese sentido?

-En el primer mundo nos llevan ventaja: yo como técnico de grabación, o de mezcla y mastering de rockpop o música mainstream, trabajo con artistas que hacen géneros inventados por ellos, que se ejecutan con instrumentos inventados por ellos, y yo voy a emplear micrófonos, consolas y software inventados por ellos.

Tienen muchas más horas de vuelo. De la misma manera que yo no esperaría que un norteamericano pueda hacer un asado como un argentino, no sé si alguna vez lograremos la calidad de audio que ellos tienen, pienso que sí, quiero pensar que sí. Tengo respeto por eso.

Distinto es en la composición, o el registro de géneros autóctonos, porque vos podés mejorar el sonido de una orquesta de Tango, y tal vez un norteamericano no logre el mismo sonido que un argentino. Me parece un desafío interesante, hacer sonar un disco de rock como un disco norteamericano.

Desde 2015 es dueño de Titanio, ubicado en Caballito Norte: “El estudio nace casi por casualidad. Yo estaba dejando el estudio de Andrés porque había llegado mi momento, había un techo para mí, quería grabar y mezclar y como profesional yo ya era técnico de mastering.

-¿En qué estás trabajando actualmente en tu estudio?

-Actualmente estamos a punto de terminar una mezcla de una producción muy grande de un solista que se llama Hernán Boglione. Estamos en el medio de la grabación de una banda de rock sinfónico, la banda de Caren Bennet, una guitarrista muy querida. Hay muchas placas que pasan por el estudio para masterizar y muchos singles. Hace poco salió el disco de Panchito Villa, un artista muy fresco.

También estamos mezclando cosas para Uruguay, masterizando para Ecuador. Esperando el álbum de Los Dados, y acaba de salir una live sesión con una banda ecuatoriana que se llama Sura.

-¿Como te gusta trabajar?

-Me gusta trabajar con la gente en el estudio para conocerlos. No siempre se puede, pero no me gusta estar solo. Con los clientes es más excitante. Por supuesto que puede ser más difícil. La mayoría de los técnicos van a preferir no hacerlo, porque el cliente va a hablar u opinar.

-¿Puede surgir algún problema a la hora de masterizar?

-Se ha vuelto una disciplina más abarcadora: ruidos, disonancias o distorsiones que hace unos años hubieran significado que el técnico se diera vuelta y diga “tenés que volver atrás, esto no lo puedo resolver”, hoy en día se puede resolver, y es lo más engorroso.
Yo  no quiero pensar que hay un problema que pueda poner en jaque el mastering, es una instancia de mejorar el trabajo.

-Quienes son tus referentes

-Reconozco el sello o el sonido de algunos técnicos que me han interesado siempre. Acá en Argentina, puntualmente, Mariano López, técnico de Memphis La Blusera, de Spinetta, de Fito, Soda y sobre todas las cosas de una calidad técnica alucinante. Y afuera pasa lo mismo, Ted Jensen nunca me ha desilusionado, del cual tengo discos de diferentes artistas y géneros. El tipo sabe jugar contra cualquier equipo y salir ganando.
Y hay un técnico inglés, Mark “Spike” Stent, que realiza mezclas muy finas y muy correctas, pero con personalidad.
También me siento muy identificado con el estadounidense Jack Joseph Puig.

El técnico de pelos alborotados deja por su paso en Rosario la inquietud de involucrarse en las asociaciones que nuclean a los técnicos de audio. Es vice-chair del comité estudiantil de AES internacional y miembro de AATIA. Sobre esta última destaca que “es sobresaliente la labor que está haciendo por salirse de las márgenes de Capital, es importante la presencia de no porteños en los eventos”.

Su próximo vuelo es con destino a Nueva York a la conferencia de la AES, explica que no se pierde ninguna charla y que “a veces no es fácil ni barato pero es una inversión que vale la pena hacer”.

-¿Para vos que es ganar en el mundo de la música?

-Ganar en el mundo de la música es sentirse satisfecho, hacerle llegar al otro tus emociones, yo creo que cuando eso existe, cuando podes plasmar la obra como vos querés que se la viva, eso es tener éxito.

- ¿Y en el mundo del audio?

-Creo que es vivir de lo que te apasiona: yo de acústica de salas no se nada, (y tengo una sala); ni de sonido en vivo, o de audio 360, y lo digo casi regocijándome. Pero lo digo con la alegría de alguien que dijo “yo voy a ser chef”, pero chef de pastas, porque es lo que me gusta hacer a mí, así que nunca voy a hacer un asado, ni me interesa hacerlo bien. 
Es más, lo mío ni siquiera es la cocina... es la cocina de pastas.

jueves, 4 de junio de 2020

Memorias

Foto que saqué hace 10 año de una casa de Adrogué
Uno es de los lugares donde creció
y de todos esos, sobretodo donde vivió
las tardes caminando al centro de Adrogué
siempre por las mismas calles
siempre el mismo paisaje
pisando las hojas que caían de los árboles
y el sol de otoño calentando mi piel
los domingos comiendo los ravioles de la abuela
y las mesas largas como el hilo de un cometa.
que algunos vuelan antes
y dejan en el alma una estela.
Las tardes tirando las cartas sobre la mesa
sin saber que la vida nos tomaría por sorpresa
que las rosas del jardín de adelante
también mueren, no sin esparcir su aroma antes.
Que el galpón con herramientas, que el polvo y el aserrín
que la sonrisa directa
que todo vuelve a la tierra
menos los recuerdos que le robamos al tiempo
que siempre brota una nueva flor
que el abrazo sincero, se queda en el cuerpo.
y no valía tanto la pena jugar a encontrar las diferencias
era mejor si con nuestros nombres hacíamos una sopa de letras
que aun nos quedan las memorias
que son solo nuestras
que aun las paredes no hablan
pero de seguro contestan
y que aunque las aguas estén de por medio
siempre habrá un barco que nos lleve a tierra.


En venta, pero no

Local en Villa Arcadia
A veces el mundo funciona un poco así, ¿no? Como en la foto que saqué un día de vacaciones con mis papás y no pude más que reírme a carcajadas, porque ese cartel es todo lo parajódico que puede existir en una sola frase: La mercadería no se encuentra a la venta.
Pienso que la gran vidriera virtual hoy en día son las redes sociales, el podio sin duda lo ocupa Instagram. En estas "estanterías" todo se expone,  pero en realidad nada de lo que consumimos es tangible.
Antes, el álbum familiar era para los amigos, para los que visitaban nuestra casa y le abríamos la puerta a nuestra intimidad. Casi siempre se filtraba alguna foto de bebé en pocas ropas que desataba risas.
Hoy nos acostumbramos y normalizamos la exposición constante. Aún cuando nuestras cuentas no sean así o sean privadas, es casi inevitable espiar la vida de los famosos y sus casas lujosas, las actrices y sus tutoriales con maquillajes que cuestan un riñón, y la lista podría seguir.
Pero nada de todo eso está a la venta realmente: no podemos comprar la felicidad ajena, el talento ajeno, la casa ajena, no podemos tocar nada de eso.
Y para ser sinceros, a veces ni siquiera podemos comprar una sola cosa de todo lo que vemos en las tiendas online, pero ahí estamos, consumiendo todo lo que no podemos obtener.
Al final del día, cuando sacamos conclusiones de lo que ganamos realmente del tiempo invertido en las redes, podría decirse que a veces es nada, o nada que recordemos en su totalidad.
Porque este mercado fragmenta y acota, y funciona en tanto exista el deseo nunca cumplido: por comprar, por saber lo que hace o tiene el otro y el de ser también mostrables y anhelables.
Lo que se vende es, pura y exclusivamente, deseo.
Y la compra se efectúa cuando coloreamos el corazoncito con el dedo o aprobamos al otro con el pulgar arriba.

No creo que podamos cambiar esta nueva realidad, ni siquiera escapar del todo.
Coexistimos con contenido a nuestra disposición a la distancia de un click. Pero ese contenido a veces simplemente no llena y podríamos tranquilamente prescindir de él.
Seguramente (y es algo que en lo personal trato de hacer, a veces sin mucho resultado) debamos controlar cuánto tiempo pasamos parados frente a esta vidriera, que lamentablemente no tiene ningún cartel de advertencia como el de la foto.
Y preguntarnos: las cuentas que seguimos... ¿nos generan algo bueno o nos generan insatisfacción? ¿nos aportan algo productivo?
Seguramente hay más cuestionamientos para hacerse, pero este sería un buen punto de partida.

Miles Davis: el nacimiento de lo cool

Si existió un músico que supo adaptarse a los cambios, ese, fue Miles Davis.
El documental que sacó Netflix llamado “The Birth of Cool”, narra la historia del gran trompetista.
Un poco antisocial, de gran presencia, abusivo con las drogas por etapas, pero nunca mirando para atrás, siempre resucitando para sorprender una vez más con su metal dorado en la mano.
Kind of Blue (1959) es recordado como el disco de jazz de mayor venta y que lo lanzaría a la fama. "Una especie de tristeza" sería su traducción, presagio, tal vez, para este músico camaleónico que siempre tuvo una lucha con su lado oscuro.
Fue en 1969 que entendió que para seguir siendo actual tenía que adaptarse a la moda musical, y entonces comenzó la fusión: con el rock, con la música india, española, eléctronica. No había límites.
Su hijo Erin cuenta en el documental que Davis no tenía sus discos viejos en su departamento. De hecho, ¡le molestaba escucharlos! Quería concentrarse solo en las cosas en las que estaba trabajando.
Me quedé pensando en el hombre de la sordina de acero Harmon, en su sonido dulce e instrospectivo, en como siempre se rodeaba de jóvenes talentosos para empaparse de lo nuevo.
Si Miles Davis se hubiera aferrado a su gloria de Kind of Blue..¿habría muerto allí la leyenda?
Tal vez no lo habríamos visto en concierto con Prince, usando distorsión, esbozando el patrón para el hip hop y el house a principios de los '70, o como artista invitado de Quincy Jones en el '91, poco antes de que un acv se llevara la mente de uno de los compositores más prolíficos del jazz a sus 65 años.
Si no hubiera estado vacío de lo antiguo, seguramente no habría tenido lugar para la creatividad que lo hizo un ícono de la segunda mitad del siglo XX.